Y rasguña las piedras…A 46 años de la Noche de los Lápices

General 15 de septiembre de 2022 Estrella Mattia

Efemérides fuera de agenda 

Y rasguña las piedras…A 46 años de la Noche de los Lápices

Por Estrella Mattia (1)

Detrás de las paredes

Que ayer he levantado

Te ruego que respires todavía

Apoyo mis espaldas

Y espero que me abraces

Atravesando el muro de mis días... 

(Carlos Garcia/1973)

     La dictadura cívico-militar que gobernó de forma ilegitima la República Argentina desde 1976 hasta 1983, tuvo entre sus objetivos llevar adelante el exterminio de todos aquellos a quienes se pudiese considerar opositores al régimen, sin importar si dicha oposición era real o imaginada y si era ejercida de manera directa o indirecta. Para lograrlo se instituyó un sistema de violencia institucional que se ha denominado “Terrorismo de Estado” que consistió en “la utilización del aparato estatal contra los ciudadanos, para despojarlos de todos sus derechos, incluso el de la vida. En otras palabras, es una forma de dominación política basada en el miedo, que tiene como objetivo el disciplinamiento de la sociedad”. (Pico, 2006: 45)

     Para ejecutar este plan se requirió de cómplices civiles, como dueños poderosos que depositaron en los jefes militares la confianza para que resguardasen sus intereses y de empleados funcionales, que se transformaron en la mano de obra barata de la impresionante máquina represora que comenzó a funcionar por aquellos años: médicos, abogados, religiosos, y grupos paramilitares que se ocuparon de hacer “el trabajo sucio de limpieza del sistema”, porque como afirma Hannah Arendt (2018) “Nunca ha existido un gobierno basado exclusivamente en la violencia. Incluso el gobernante totalitario, cuyo principal instrumento es la tortura, necesita una base de poder: la policía secreta y su red de informantes (…) Incluso la dominación más despótica conocida, la que ejercía el amo sobre sus esclavos, siempre superiores a él en número, no se basaba en unos medios de coerción superiores, sino en una organización de poder superior, es decir, en la solidaridad organizada de los amos (…) un hombre sólo sin el apoyo de otros nunca tiene poder suficiente para utilizar la violencia con éxito”(Arendt, 2018: 67) 

     En este contexto se produjo, entre otros tantos, un episodio en el que fueron secuestrados en la ciudad de La Plata, un grupo de estudiantes secundarios que militaban en distintas agrupaciones políticas. Apresados clandestinamente, trasladados a diferentes centros de detención, torturados hasta el límite de sus fuerzas, la mayoría de ellos ingresaron en la categoría de “desaparecidos” como solía nombrar a estos prisioneros ilegales el General Jorge Rafael Videla, “estas personas no están ni vivos, ni muertos, están desaparecidos”. De esos estudiantes, sólo sobrevivieron cuatro, que luego de meses de haber padecido diferentes vejámenes pasaron a ser identificados y cumplieron condenas en cárceles comunes hasta que, finalmente, fueron liberados, aunque con restricciones. 

     En el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas publicado en 1984 se puede leer que “La noche del 16 de septiembre de 1976 fueron secuestrados por fuerzas de Seguridad de sus respectivos domicilios y continúan hasta hoy desaparecidos: Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Rasero, Francisco López Muntaner, María claudia Falcone, Claudio de Acha y María Clara Ciocchini. Formaban parte de un grupo total de 16 jóvenes, entre 14 y 18 años de edad, que habían tomado parte de una campaña pro-boleto escolar, Cada uno de ellos fue arrancado de sus hogares. La policía de la Provincia de Buenos Aires había dispuesto un operativo de escarmiento para los que habían participado de esta campaña pro boleto escolar, considerada por la FFAA como “subversión en las escuelas” (…) De acuerdo a las investigaciones realizadas por esta Comisión y testimonios obrantes en la misma, los adolescentes secuestrados habrían sido eliminados después de padecer tormentos en distintos centros clandestinos de detención, entre los que se encontraban: Arana, Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes, Jefatura de Policía de la Provincia de Buenos Aires y las Comisarias 5ª., 8ª. y 9ª., de La Plata y 3ª. De Valentín Alsina, en Lanús, y el Polígono de Tiro de la Jefatura de la Provincia de Buenos Aires” (1984: 329/330)

     Los nombrados, no fueron ni los primeros ni los últimos en ser secuestrados por los grupos de tareas conducidos por el General Ramón Camps. Entre los 16 jóvenes estudiantes, unos días antes, el 8 de septiembre fueron por Gustavo Calotti que estudiaba en el Colegio Nacional de La Plata y el 10 de septiembre por Víctor Triviño, alumno de la Escuela Media N°2. Después de aquella noche, continuaron las persecuciones y secuestros: el 17 de septiembre las víctimas fueron Emilce Moler y Patricia Miranda, ambas estudiantes de Bellas Artes en la Universidad Nacional de La Plata y el 21 de septiembre se llevaron a Pablo Díaz, otro estudiante de la Escuela Media N°2, apodada “La legión extranjera” por incluir en su matrícula a muchos alumnos y alumnas procedentes de colegios primarios de otras localidades de la provincia de Buenos Aires como Berisso y Ensenada donde, cuando se fundó esa escuela en 1960, no existían instituciones educativas secundarias públicas.      

     “El 23 de septiembre cargaron a todos los estudiantes, maniatados y encapuchados, en un camión. Después de un rato, la marcha se detuvo. Alguien leyó una lista: Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Horacio Ungaro, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Claudio de Acha…los hicieron bajar y nunca más se supo de ellos (…)” (Pico, 2006:81).

     De aquellos oscuros días han sobrevivido Gustavo Calotti, Pablo Díaz, Patricia Miranda y Emilce Moler.  

     Este entramado de hechos se conoce con el nombre de “LA NOCHE DE LOS LÁPICES” que constituye “una trama narrativa conformada por una serie de episodios seleccionados y enlazados entre sí para construir una interpretación sobre el pasado del que se pretendía dar cuenta en el relato (una serie de secuestros en un lapso de tiempo preciso, un grupo de víctimas configuradas por características comunes: edad, situación educativa, lugar de residencia, historia previa y un mismo móvil represivo). Es decir, es una forma de narrar los hechos. Ya en el nombre está inscripta la trama. “La noche…”, además de ofrecer una metáfora, muy usada, para hablar del periodo de la dictadura, refiere a “una”: la del 16 de septiembre. Los “Lápices aluden a los protagonistas de esta historia, las víctimas: todos ellos, estudiantes secundarios. Los dos artefactos culturales que resultan de esta trama son el libro escrito por María Seoane y Héctor Ruiz Nuñez y el filme dirigido por Héctor Olivera. Ambos llevan el mismo nombre “La noche de los lápices”. Ambos tuvieron a su vez una altísima recepción, el libro fue editado más de diez veces y el filme sigue siendo visto ´por un extenso público aún a más de veinte años de su estreno. Su visionado en las escuelas es una suerte de ritual reiterado cada 16 de septiembre (…) este modo de narrar estuvo presente en el discurso público de los organismos de derechos humanos durante la dictadura y aún tiempo después, y se cristalizó en el prólogo del Nunca Más (…) Fue un recurso discursivo efectivo que amplió la base de legitimidad del movimiento logrando mayor reconocimiento social y receptividad de sus demandas (…)” (Raggio y Salvatori, 2012: 145/146).  

     La vigencia del relato de La noche de los Lápices es indiscutible. Refiere a una de las épocas más oscuras de la Historia Reciente de la República Argentina. Constituye una forma de otorgar sentido a un tiempo pasado que siempre es necesario recuperar y restaurar para el presente. 

     Estos episodios se han transformado en memorables, después de sucedidos porque, sin dudas, los sobrevivientes han buscado y buscan incansablemente resignificarlos, rememorarlos para que la voz de las víctimas no sea olvidada y para que nuevos actores sociales y políticos, en estos tiempos, que son otros tiempos, puedan obtener algunas respuestas a sus preguntas, a sus indagaciones, a sus resistencias, e incluso a sus a sus oposiciones.  

     Atendiendo a estas cuestiones, resulta pertinente recuperar algunos decires de quienes protagonizaron aquellos hechos y que hoy, continúan hablando sobre sus pasados autobiográficos en tanto esperan que sus memorias individuales continúen siendo parte de las memorias sociales que, ligadas a pasados violentos, cumplen una inapelable función pedagógica para la construcción de múltiples identidades intergeneracionales.  

     Gustavo Calotti, en la actualidad reside en la ciudad de La Plata luego de haber vivido durante muchos años en Grenoble (Francia). En septiembre de 1976, tenía 17 años, cursaba el quinto año en el Colegio Nacional de La Plata. Residía junto a su familia en esa ciudad y trabajaba en la Tesorería de la Policía de la Provincia de Buenos Aires como “correo”. El 8 de septiembre sus jefes lo interrogaron porque suponían que era un espía que entregaba información a las organizaciones guerrilleras, que “andaba en algo raro” y que ya lo iban a obligar a decir todo lo que sabia. En 1998, brindó su testimonio sobre lo sucedido a la “Organización Desaparecidos”. En esa oportunidad recordó que,  

     “No sé cuánto tiempo pasé sentado en esa oficina, creo que fueron por lo menos dos horas durante las cuales escuché entrar y salir a varias personas. Recuerdo que alguien me dijo que ya todo se iba a aclarar. Al cabo de ese tiempo volvió gente que me llevó hasta un coche que supuse un Torino, por el ruido y porque eran los vehículos utilizados por la Policía. Siempre cubierto anduvimos en ese coche durante un buen rato; los ruidos de la ciudad se alejaron y me di cuenta de que estábamos en el campo. En un momento determinado el coche abandonó la ruta deduje que estábamos en un camino de tierra en donde el coche se detuvo. Creo que no tuve ni tiempo de tocar el suelo que ya me llevaban a la rastra hasta adentro de un edificio, una casa, en ese momento no supe. Sólo sé que ni bien llegué me ordenaron que me desvistiera. Me ataron tobillos y muñecas, estirado, a una especie de catre y allí permanecí un rato (…) en un momento dado comenzaron a 'picanearme'. Creo que esa sensación es una de las cosas más horribles que sentí en mi vida (…) Tal vez lo que aún hoy me cuesta superar es el miedo, el sufrimiento que sentía cada vez que la puerta se abría y que venían a buscar a uno de nosotros (...) Cuando uno está siendo torturado no ve la hora en que eso termine, le duele todo. Pero saber que a uno lo van a torturar de nuevo es un dolor en la memoria, en la psique, que llega a ser casi tan doloroso como el físico (…) Durante muchos años, cada noche me desperté bañado en sudor y con ese miedo, porque tenía pesadillas recurrentes, siempre en la misma situación de tortura (…) recuerdo un día que quedará para siempre en mi memoria. Fue el 21 de septiembre, el Día de la Primavera que también es el día del estudiante. A eso del mediodía nos dan de comer. Nos sacaron a todos a un lugar que creo que era como un salón y trajeron comida, eran ñoquis. Un policía me acercó un plato y me invitó a comer. Estaba esposado por detrás, nadie me había sacado las esposas y yo no podía servirme del tenedor, este policía se tomó el trabajo de darme de comer como se hace con los enfermos. Y me hablaba con calma. Después me llevaron a un patio interno en donde pude darme cuenta de que estaban todos los detenidos de Arana. No sé cuántos seríamos, pero éramos varias decenas, todos en lamentable estado (…) Estábamos sentados en el suelo y al lado mío había una persona. Con esta chica pude apenas hablar y se trataba de Claudia Falcone, una estudiante de secundario de Bellas Artes. Recuerdo que lloraba. Allí había muchos jóvenes que provenían de diferentes colegios secundarios de La Plata. Reconocí a algunos porque había tenido actividades con ellos, había militado con ellos y con ellos había estado en la coordinadora por el reclamo del medio boleto escolar. Además, yo estaba en quinto año del secundario y con varios de ellos seguía encontrándome. Una vez terminado ese recreo, nos devolvieron cada uno a nuestra celda. Era el día del estudiante. De ellos sólo Emilce Moler, Pablo Díaz y Patricia Miranda sobrevivieron. la celda en donde estaba sería de unos dos metros por tres y si mal no recuerdo llegamos a ser unas quince personas allí dentro. Para dormir, con las manos atadas o esposadas por detrás, cada uno hacía como podía y en el medio de esa celda las piernas se apilaban. Todos estábamos en un estado físico más que deplorable.” (1998. Organización Desaparecidos).

     El 21 de enero de 1977, Gustavo fue trasladado desde el centro clandestino en el que se encontraba a la Unidad 9 de la ciudad de La plata y finalmente, fue liberado el 25 de junio de 1979.

      Por su parte, Pablo Díaz, otro de los estudiantes sobrevivientes de aquel operativo paramilitar de septiembre de 1976, se convirtió en un testigo clave para reconstruir lo sucedido. En una entrevista realizada por Franco Spinetta para la Revista Caras y Caretas, el 16 de septiembre de 2021, reflexionó acerca de los motivos de su detención y refirió que  

     “Siempre me preguntan lo mismo, ¿cuál fue la razón por la cual nos detuvieron? La respuesta es muy simple: sensibilidad social, amor y pelea. Eso es lo que querían borrar. En el fichaje nos definían como peligrosos mínimos, pero potenciales subversivos. La capacidad crítica de una adolescente respecto de las injusticias, de la pobreza, es el peligro en sí mismo para que te conviertas el día de mañana en un adulto que pelee en los sindicatos, en la universidad o en los barrios. Fuimos detenidos por la semilla, para no poder brotar. Era la mentalidad persecutoria de la dictadura, del autoritarismo. Siempre me acuerdo que en un interrogatorio, un coronel, Campo Amor, casi que me retaba, me decía que cómo podía ser que yo, que en mi casa tenía de todo, iba al barrio; por qué, si en mi casa de clase media profesional, me había metido en eso.”

     En otro momento de la entrevista, Spinetta le preguntó “De todos los recuerdos que tiene de ese momento, ¿qué es lo que siempre se le viene a la mente en estas fechas?” y Díaz respondió que 

     “La historia de La Noche de los Lápices fue creciendo, madurando y consolidándose a partir de distintas generaciones. Cuando se hizo la película, los libros y en el mismo juicio, veíamos que había una reacción de cuidado para que los chicos no participaran, porque les podía pasar lo mismo. Generaba el “no te metas”. Hoy, cuando termino de dar una charla, la primera es si extraño esa época. La Noche de los Lápices es una historia de amor, no tengo dudas. Me dejó la historia compartida, más de 90 días en el Pozo de Banfield, con compañeros y compañeras. Éramos adolescentes que pedíamos por mamá y papá, éramos amigos que pensábamos en ir a tomar cerveza cuando saliéramos de ahí, a seguir siendo adolescentes, con todo el respeto que tengo por padres, madres, hermanos y amigos que necesitan reivindicar de acuerdo a lo que ellos extrañan. Pero yo los vi íntimos, amigas y amigos. Extraño el espalda con espalda con Claudia, los cantos, el estar, las ganas que teníamos de comer una milanesa. Yo tuve una visión íntima, tal vez egoísta: no declaré para la sociedad, declaré para mí, bajo el juramento personal de que no los dejara ahí, de que iban a salir”. (2021:32)

     Pablo Díaz estuvo tres meses en el centro clandestino de detención denominado el pozo de Banfield, fue llevado a la Comisaria Tercera de Valentín Alsina, luego fue trasladado a la Unidad 9 de la ciudad de La Plata y finalmente, fue liberado en noviembre de 1980.

     Mientras tanto, la tercera sobreviviente, Emilce Moler, pasó por el Centro clandestino de Detención Pozo de Arana, por la Brigada de Investigaciones de Quilmes y por la Comisaría Tercera de Valentín Alsina, hasta que en enero de 1977 se convirtió en una “presa legal” y fue trasladada a la cárcel de Villa Devoto. Fue liberada en abril de 1978. En su libro “La larga noche de los lápices” (2020), recuerda aquel 20 de abril y registra con su propia escritura que

     “Además de ser el cumpleaños de mi mamá, me dejaron salir de la cárcel de Villa Devoto. A la misma celadora que me había ingresado, que vio como lloraba cuando me leían los cargos fraudulentos, le tocó prepararme para salir. Era morocha, el pelo recogido como todo el personal penitenciario. Nunca dijo una palabra de más, sólo se limitaba a hacer su trabajo y eso era un alivio. - ¿Viste?, ya te vas-, me dijo cuando me entregó mis pocas pertenencias. Sonaba a cuando una enfermera te da una inyección y después te dice “No dolió tanto, ¿No?”. Pero yo tenía ganas de gritar que sí, que me dolió y mucho; que se me partió la vida en múltiples pedazos imposibles de juntar, que era una vieja de casi veinte años que no tenía ganas de salir, que lloré toda la noche y que no sabía qué cuernos iba a hacer afuera. Un afuera que me asustaba, que no me tentaba recorrerlo (…) que no me iba a encontrar con nada conocido…sólo atine a decirle: - ¿Me puedo llevar el cuaderno, por favor? - . Y sin que nadie la viera, lo metió en la bolsa con una camisa y un pullover que me habían dejado mis padres…el cuaderno rojo. Trofeo de resistencia, sobreviviente de las requisas, testigo de mi estadía en la cárcel, mi conexión con la escuela, mi espacio de libertad (…)” (Moler, 2020: 49)

     Por último, la cuarta sobreviviente es Patricia Miranda. Fue secuestrada junto a Emilce Moler. Sólo estudiaba matemáticas con su compañera. No integraba ninguna agrupación estudiantil ni participaba en actividades y/o movilizaciones políticas. Sin embargo, no estuvo exenta de sufrir torturas en los centros clandestinos de detención y fue otra de las “presas legales” de la cárcel de Villa Devoto durante dos años. Fue liberada en 1978. Nunca ofreció su testimonio sobre sus padecimientos, que seguramente fueron tan terribles y traumáticos como las que vivieron sus compañeros. Emilce Moler contó, en una entrevista que le realizó el periodista neuquino Luis Calvano, que Patricia, “nunca militó, ni siquiera era allegada. No entendía nada. Estando en Devoto se murió su mamá, pidió permiso para ir al velorio y no la dejaron. Fue terrible lo que le tocó pasar”. (Diario La Mañana, Neuquén, 20/9/2021)

     Así, en estas páginas se ha intentado recuperar, una vez más, la experiencia que se narra en “La Noche de los lápices” o sólo algo de todo lo vivido por aquellos jóvenes de entre 17 y 18 años, ahora adultos mayores que tienen más de 60 años. Probablemente, sólo han dicho lo que ha podido decir, porque como afirma Elizabeth Jelin “quien habla y relata aspectos de su pasado lo hace en momentos específicos de su curso de vida, y los recuerdos están mediados por toda la experiencia vivida y por su situación coyuntural. Selecciona, silencia, también olvida. Y relata memorias de acontecimientos, pero también memorias de memorias donde las capas de temporalidades se superponen”. (Jelin, 2018:19) 

     Sin dudas, esto es lo que ocurre cada septiembre de cada año, cuando se rememora La Noche de los Lápices y se nombra y se recuerda a los y las sobrevivientes de esos días de horror.

 

Referencias bibliográficas

Arendt, Hannah (2018). Sobre la violencia. Editorial Alianza. Madrid. España. 

Calvano, Luis (16/9/2021). A 45 años, qué fue de la vida de los sobrevivientes de la Noche de los Lápices. Diario La Mañana. Neuquén. Argentina.

CONADEP, (1986). Nunca Más. Editorial Eudeba. Buenos Aires. Argentina.

Jelin, Elizabeth (2018). La lucha por el pasado. Editorial Siglo XXI. Buenos Aires. Argentina.

Moler, Emilce (2020). La larga noche de los lápices. Editorial Marea. Buenos Aires. Argentina.

Organización Desaparecidos (1998). Testimonio de Gustavo Calotti. Buenos Aires. Argentina.

Pico, Fabián (2006). Memoria Histórica para adolescentes. Editorial Homo Sapiens. Rosario. Santa Fe. Argentina.

Raggio, Sandra (2017). Memorias de la Noche de los Lápices: tensiones, variaciones y conflictos en los modos de narrar el pasado reciente. Universidad Nacional de la Plata. Buenos Aires. Argentina. 

Raggio, Sandra y Salvatori, Samanta (comps.) (2009). La última dictadura militar en Argentina. Entre el pasado y el presente. Editorial Homo Sapiens. Rosario. Santa Fe. Argentina. 

Spinetta, Franco (16/9/2021). La noche de los lápices fue una historia de amor. Revista Caras y Caretas. Buenos Aires. Argentina.

 Profesora de Historia y Educación Cívica. Licenciada en Historia. Diplomada en Ciencias Sociales. Especialidad: Sociología (FLACSO).Postitulada en Investigación Educativa de La Universidad Nacional de Córdoba. Postitulada en “Formador Superior en Investigación Educativa” Instituto Superior del Magisterio nº 14- Ministerio de Educación de la Provincia de Santa Fe. Postgrado en “Nuevas Infancias y Juventudes”, UNR/UNL/UNER. Doctorando en Educación Superior en la UNR. Docente en escuelas medias de la provincia de Santa Fe, en las escuelas preuniversitarias de la UNR, en institutos superiores de formación docente y en posgrados y postítulos afines a la titulación. Capacitadora en distintos proyectos de fortalecimiento de la función docente en la jurisdicción provincial y en programas de capacitación de carácter nacional. Publicación de diversos artículos inherentes a la especialidad en revistas especializadas. Jurado de concurso de Titularización en el Nivel Superior de la Provincia de Santa Fe (2018-2019).   

 

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