Las efemérides como construcción política de la nacionalidad Por Prof. Lic. Estrella Mattia

General 11 de diciembre de 2022 lahoradensatanfe lahoradensatanfe

     Las dirigencias políticas de los estados modernos han intentado -con mayor o menor éxito- desde sus orígenes idear, tramitar y ejecutar de manera explícita o implícita programas de memoria tendientes a construir identidad nacional, a elaborar rituales, a versionar el pasado de forma que la versión elegida se transforme en la historia oficial de esa nación, seleccionar y/o inventar tradiciones y rituales para fundar y legitimar la existencia de lo común. 

     Estas circunstancias, en líneas generales, conducen a indicar que resulta frecuente que coexistan en esas sociedades “memorias oficiales, sostenidas por instituciones, incluso estados, y memorias subterráneas, escondidas o prohibidas. La visibilidad y el reconocimiento de una memoria dependen también de la fuerza de quienes la llevan. Dicho de otro modo, hay memorias fuertes y memorias débiles (…) puesto que memoria e historia no están separadas por barreras infranqueables, sino que interactúan permanentemente, de allí surge una relación privilegiada entre las memorias fuertes y la escritura de la historia. Cuanto más fuerte es la memoria -en términos de reconocimiento público e institucional-, en mayor medida el pasado del que es vector se vuelve susceptible de ser explorado y puesto en historia.” (Traverso, 2018: 53).

     Atendiendo a estas cuestiones, una de las formas más utilizadas para ingresar el pasado en la historia, recortarlo y ponerlo al servicio de las necesidades y las intencionalidades de diversos proyectos políticos nacionales de memoria y de la construcción de la idea de nación, ha sido la institucionalización de las denominadas efemérides. 

     La etimología de la palabra efeméride refiere a la existencia de una narración de cada día, de un «calendario». Cuando se utiliza el término se hace alusión a un acontecimiento destacado que ocurre en una fecha en particular del año y que se celebra año tras año. Se pueden seleccionar hechos o ciertas fechas que, arbitraria e intencionalmente, se consideran indispensables para construir la identidad nacional.  También se apela al nacimiento o la muerte de protagonistas de la historia que merecen, según este criterio, perder su anonimato, ser investidos de heroicidad e ingresar triunfales en las páginas oficiales de la historia. 

     Así, las efemérides se constituyen en una marca, una ruptura, una bisagra en la historia colectiva del grupo. Su existencia y su recordatorio cíclico anual resultan indispensables a los fines de reafirmar, restaurar y reconstruir en cada ritual conmemorativo el relato mítico fundacional de la nación porque como afirma Roberto Esposito (2012) “¿qué otra cosa es el mito si no esta fuerza de reunificación que permite al pueblo acceder nuevamente a su propio origen común, y que hace de ese origen el lugar desde el cual y sobre el cual instaurar la unidad del pueblo?” (Esposito, 2012: 160).  

II  

     La dirigencia política inaugural de la República Argentina no escapó a las tentaciones míticas para dar cuenta de la formación de la nación y legitimar la existencia del Estado. En este sentido, se encargó de institucionalizar ciertas efemérides a las que se las podría cualificar de clásicas, que logran mantener entre sí una relación fundacional y permitió fechar los hitos que constituirían las marcas indiscutibles de los orígenes de la argentinidad. Tal el caso del 25 de mayo, fecha en la que se conmemora el día en el que, en el año 1810, se formó un gobierno provisional que reemplazo a las autoridades coloniales españolas y el 9 de julio que fue el día en el que, en 1816 se firmó el Acta de Declaración de la Independencia de España en la ciudad de Tucumán.

     Cuando se hace referencia a la efeméride del 25 de mayo resulta pertinente recordar que esta fecha fue instituida como fiesta cívica el 5 de mayo de 1813. Fue un decreto firmado por los integrantes de la Asamblea General que se encontraba sesionando en la ciudad de Buenos Aires desde el mes de enero de ese año.

     En el contexto político de 1813, esta medida se convirtió en un acto político que buscó identificar y representar uno de los actos fundantes de la nacionalidad y de la independencia. Así, desde sus orígenes, las fiestas mayas tuvieron un valor propagandístico que pretendieron expandir los principios de la revolución. Fue, a partir de 1813, una puesta en escena de la ideología que pretendía ser constitutiva de un proyecto colectivo, un ciclo que se iniciaba en la noche del 24 de mayo y se clausuraba el 31 con una corrida de toros.    

     Algo análogo, sucedió con la fecha del 9 de julio. Inmediatamente después del acto político en el que se firmó la declaración de Independencia se decidió inaugurar la conmemoración de ese hecho. Según cuenta el General Gregorio Araoz de La Madrid (1895) se propuso realizar una fiesta para celebrar el acontecimiento.  En sus “Memorias”, el general explica que “declarada la independencia el 9 de julio, nos propusimos todos los jefes del ejército, incluso el señor General en jefe, dar un gran baile en celebridad de tan solemne declaratoria; el baile tuvo lugar con esplendor en el patio de la misma casa del Congreso, que era el más espacioso. Asistieron a él todas las señoras de lo principal del pueblo y de las muchas familias emigradas que había de Salta y Jujuy, como de los pueblos que hoy forman la república de Bolivia”. (La Madrid, 1999:125)

     Estas dos fechas están asociadas a la celebración de rituales públicos, a las fiestas populares, al despliegue de la población para participar de las festividades.   Sin embargo, aún en estas circunstancias se mantienen las disputas por el sentido de las efemérides y de las intencionalidades que se esgrimen para la organización de las fiestas que las enaltecen y las recuperan para el presente.

     Por ejemplo, en mayo de 1910 el gobierno de entonces organizó los festejos para celebrar el Centenario de la Revolución de Mayo en concordancia con el modelo de país que se representaba: una nación agroexportadora, receptora de mano de obra extranjera, gobernada por un grupo de notables perteneciente a la burguesía criolla que, entronizada en el gobierno, ejercía el poder político y económico e invisibilizaba y sometía a los sectores sociales subalternos. En esa oportunidad, “las clases dominantes quisieron festejar por todo lo alto el Centenario de la Revolución que declaró la libertad de la dominación del rey de España, lo hicieron en medio de la detención de cientos de trabajadores y dirigentes obreros. La fiesta dejaba afuera a quienes construían los monumentos y los edificios con los que la oligarquía quería homenajear a los representantes extranjeros, entre ellos, los de la monarquía española. En la semana de mayo de 1910 la oligarquía pretendía celebrar los 100 años de la Revolución con un despliegue que mostrara al mundo un país que crecía vertiginosamente, el país del “orden” y del “progreso”. Se transformó a la ciudad de Buenos Aires en el escenario para recibir a las comitivas de los principales países del mundo exponiendo el progreso indefinido que emergía en la forma de monumentos y majestuosos edificios y se expresaba en obras de teatro y ceremonias religiosas. Simultáneamente, el movimiento obrero se propuso aprovechar los actos del Centenario para exponer la situación de la clase trabajadora e iniciar movimientos huelguísticos reclamando la derogación de la Ley de Residencia y la libertad a los presos sociales y políticos. La respuesta fue la represión, la censura y el apresamiento de cientos de obreros que reclamaban por sus derechos”. (Rojo, 2020: 16)

     Cien años después, en 2010, con otro gobierno que representó otro proyecto político alternativo al que se había mostrado en 1910, que se encargó de ampliar derechos, visibilizar a los sectores vulnerables y excluidos de la Argentina y portando una indiscutible perspectiva popular, federal y latinoamericana, las fiestas mayas tuvieron otras características. En este contexto “populista” se celebró el Bicentenario de Mayo. Así, “Entre el 21 y 25 de mayo de 2010, más de 6 millones de personas recorrieron la 9 de Julio y sus alrededores para participar de una celebración inédita: la conmemoración del Bicentenario de la Revolución de Mayo. Argentinos y argentinas salieron a las calles a vivir días una fiesta sin precedentes. Desde la Antártida hasta La Quiaca, incluso en las sedes consulares, se celebró el 25 de mayo a través de fiestas en plazas, recitales, charlas abiertas, concursos de arte e historia, foros, congresos, seminarios, entre centenares de propuestas. El mismo 25 de mayo, los y las argentinas pudieron asombrarse con la caravana que partió de Plaza de Mayo rumbo al Obelisco, desplegando un espectáculo en el que más de 2.000 artistas, a través de una puesta en escena donde abundaron las acrobacias, juegos de luces y efectos visuales de alta tecnología, narraron diferentes escenas de la historia argentina. En 1910 y bajo la presidencia de José Figueroa Alcorta, la Infanta Isabel de Borbón, en representación de la corona española, fue la figura política internacional principal en las celebraciones del Centenario de la patria. Para el Bicentenario, la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner invitó a siete mandatarios sudamericanos a la fiesta popular como signo de la hermandad regional. Junto a ellos, inauguró el Salón de los Patriotas Latinoamericanos del Bicentenario, en la Casa de Gobierno donde se exponen 24 retratos aportados por gobiernos de la región. Rafael Correa (Ecuador), Evo Morales (Bolivia), Hugo Chávez (Venezuela), Sebastián Piñera (Chile), Lula da Silva (Brasil), José Mujica (Uruguay), Fernando Lugo (Paraguay) y ex presidente de Honduras Manuel Zelaya fueron quienes estuvieron presentes” (Ministerio de Cultura de Argentina, 2020: 56)

     Atendiendo a los ejemplos que se han expuesto, si se quiere a modo de muestra etnográfica, es posible inferir que las efemérides emergen como el producto de decisiones políticas motivadas por determinadas circunstancias y en distintas coyunturas y momentos. En consecuencia, las efemérides se encuentran entramadas en el campo político y por ello han sido – y continúan siéndolo - instrumentos de la disputa por el poder y de las luchas por las memorias que llevan adelante incansablemente aquellos a quienes se suele llamar “emprendedores/as de la memoria”. 

III 

     Entre esos “emprendedores de la Memoria”, en la República Argentina, se destaca Bartolomé Mitre quien fue el responsable, junto a la élite gobernante de entonces, allá por el último tercio del siglo XIX de la transformación de dos actores históricos locales de relevante actuación en el proceso de emancipación, en dos héroes fundadores, otorgándoles la paternidad compartida de la naciente nación. “El diseño del rostro de la Argentina, de su identidad, de las características que la convertían en un sujeto singular en el concierto de las naciones adquirió la forma de un relato histórico sobre el mito de los orígenes de la nacionalidad, es decir, sobre la revolución de independencia” (Devoto, 2005:6). El retrato de la Argentina fue elaborado por Mitre a través de dos textos que explicaban el surgimiento de la nación a partir de la accionar estructural de dos personajes que el autor consideró indiscutibles: Manuel Belgrano y José de San Martín. El resultado fue la publicación de su “Belgrano y la Independencia Argentina” en 1877 y la primera edición de “San Martín y la emancipación americana” en 1887.  

     Sin embargo, “la lectura de Mitre del surgimiento de la nueva nación tardó un tiempo en imponerse, y más tiempo aún en ser percibida como una imagen del pasado que sirviera para una prédica nacionalista que galvanizara, en torno a un mítico pasado común , la identidad argentina (…) en el más largo plazo, cuando fuese imperioso un relato de los orígenes, a los efectos de construir la identidad nacional, emergerán los extraordinarios méritos y las notables posibilidades de la obra de Mitre, para convertirse en la imagen del pasado común en la que a los argentinos de muchas generaciones les gustase reconocerse. Por lo menos dos aspectos de la obra de Mitre son igualmente relevantes para explicar la fortuna del historiador y de su obra. En primer lugar, su halagüeña interpretación del pasado, en segundo lugar, su estilo (…) que el brillante relato de Mitre encontrara obstáculos para su popularización nos dice bastante acerca del problema de la construcción de mitos nacionales. No fue porque el historiador se lo propusiera ni en el momento en que lo hizo, que su relato del misterio de la Argentina se convertiría en el aporte mayor de a la creación de nuestro imaginario nacional. Lo será en cambio más tarde, cuando se revelará como imperiosa la necesidad de formular un pasado a los efectos de construir a los argentinos de una masa heterogénea creada por la inmigración europea. En ese momento, un pasado que actuaba como caución de un brillante porvenir, devenía el mejor instrumento para alimentar ese sentimiento de la futura grandez del país tan necesario como elemento identificatorio para inmigrantes y nativos”. (Devoto, 2005:15). 

     En esas circunstancias, la mutación de los mortales Belgrano y de San Martín en héroes inmortales fueron trámites legislativos formales que legalizaron y visibilizaron la existencia de esas vidas calificadas como heroicas. En el año 1938, en pleno período de restauración conservadora, durante la presidencia de Roberto Ortiz, el 9 de junio se sancionó la ley N° 12.361 que declaró el día 20 de junio, como el día de la Bandera en honor al paso a la inmortalidad de su creador, el General Manuel Belgrano y el 16 de agosto, se sancionó la ley N° 12.387 en la que se declaró feriado nacional el día 17 de agosto en honor al paso a la inmortalidad del General José de San Martín. Se consumó la invención de los héroes, tanto como símbolos de identificación de la argentinidad como para la expresión de una ideología. 

     Sin embargo, a estos padres de la patria, - una patria que pareciera no tener madre-, le faltaba todavía otro héroe varón para incorporarlo al panteón. Amañada a la idea de civilización, fue necesario recuperar del pasado a quien había estado convencido que la educación, en poder del estado, era un instrumento disciplinador y homogeneizador irremplazable. Faltaba entronizar a Domingo Facundo Sarmiento.  En 1943, en Panamá, se llevó a cabo la Primera Conferencia de ministros y directores de Educación de las Repúblicas Americanas. En esa oportunidad, se decidió oficializar la conmemoración del Día del Maestro cada 11 de septiembre, fecha del paso a la inmortalidad de quien comenzó a ser reconocido como el “Padre del aula”.  

     La trilogía estaba completa. El abogado, el militar y el maestro. El panteón de los héroes argentinos se ocuparía de resguardar sin fisuras la tradición liberal.  

IV   

     Sin dudas, el 25 de mayo, el 9 de julio, el 20 de junio, el 17 de agosto y el 11 de septiembre forman parte del Calendario oficial que permite recuperar, con un ritmo anual y repetitivo, el pasado para el presente y la participación en los actos públicos de celebración que despliegan y ponen en evidencia sentimientos de pertenencia a la comunidad y habilitan a la construcción de identificaciones colectivas. Sin embargo, las efemérides y lo rituales que las instituyen socialmente pueden modificarse y mudar de significación respecto de su recordación y conmemoración.

     En este sentido, “las marcas del calendario no cristalizan automáticamente o con el mismo sentido para todos/as. Diferentes actores sociales darán sentidos específicos a estas marcas, según las circunstancias y escenarios políticos en que se desarrollan sus estrategias y proyectos (…) la trayectoria social y policía que transcurre desde un acontecimiento hasta el establecimiento de su conmemoración oficial nunca es consensuada o apacible” (Jelin, 2009:126). Un ejemplo contundente de estas posibilidades de resignificación de las efemérides lo constituye el controvertido 12 de octubre que fue institucionalizo, originalmente, en el año 1917 y que requiere, para comprender la decisión política que se tomó en aquel entonces, la historización del proceso que la hizo posible. 

     La Primera Guerra Mundial (1914-1919) posibilitó que América Latina se convirtiese en el botín de la guerra imperialista entre Gran Bretaña y Estados Unidos por la hegemonía económica y política en la región.  Se puso en marcha la concreción del “Tercer pacto colonial”. El estandarte de este proyecto de expansión imperialista norteamericano había sido lanzado tempranamente, en 1822, por el presidente Monroe, cuando expreso públicamente la engañosa frase “América para los americanos”. 

     Esta puja entre ambas potencias se visibilizó a través de las presiones ejercidas sobre los estados latinoamericanos para que se incorporasen al grupo de los países aliados, que los americanos del norte lideraban para participar en la contienda mundial. En estas circunstancias, algunos países ofrecieron resistencia y se declaraban neutrales frente a un conflicto que les era ajeno y extraño a sus realidades. Uno de ellos fue la República Argentina que estaba presidido en aquel entonces por Hipólito Irigoyen.

     Atendiendo a la necesidad de mantener la posición neutral de Argentina, el presidente, en un acto político pensado en aquel momento como una clara demostración de resistencia pacífica al implacable injerencia de Estados Unidos sobre las políticas internas de las repúblicas latinoamericanas y manifestando la necesidad de reconocer la herencia colonial hispana y católica en oposición a las tradición anglosajona y protestante, publicó un decreto el 4 de octubre de 1917 donde es estipulaba que a partir de ese año, el día 12 de octubre era designado como el “Día de la Raza” y se lo convertía en feriado Nacional. Fue sin dudas, en aquel momento una declaración simbólica que rechazaba con contundencia la panamericanista que lideraba Estados Unidos.

     El decreto indicaba en su artículo 1 que “el descubrimiento de América es el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la humanidad a través de los tiempos, pues todas las renovaciones posteriores se derivan de este asombroso suceso que, a la par que amplio los lindes de la tierra, abrió impensados horizontes al espíritu”.   

     En el artículo 2 continuaba el panegírico, en defensa de la hispanidad, afirmando que “se debió al genio hispano -al identificarse con la visión sublime del genio de Colón- efemérides tan portentosa, cuya obra no quedó circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que la consolidó con la conquista, empresa está tan ardua y ciclópea que no tiene términos posibles de comparación en los anales de todos los pueblos”.

     Para concluir y para dejar explícita la primera dominación imperial, intentando resistir  a otra más contemporánea, en el artículo 3 se afirmaba que “ La España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales; y con la aleación de todos estos factores obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento” (1917, Boletín Oficial de la República Argentina).

     Así, la institucionalización de esta fecha como efeméride de carácter nacional potenció y profundizo la construcción de un discurso historiográfico anclado en la benevolencia de los dominadores y en los “supuestos” beneficios que había producido la conquista y la colonización española, tanto para los pueblos originarios como para las poblaciones latinoamericanas contemporáneas, herederas de esa estirpe cultural latina de fuerte sesgo religioso que debía ser defendida y sostenida con orgullo.

     En otros tiempos, cuando comenzaron a desplegarse discursos de denuncia y de resistencia frente  a la permanencia de la perspectiva neocolonial de la historia  y la diversidad cultural y étnica se convirtió en estandarte  y los descendientes de esos otros originarios, no blancos, herederos de la ancestralidad cultural latinoamericana antes que se inventara América, tomaron la palabra, fue prudente y necesario, asumir el compromiso político de resignificar el 12 de octubre y abandonar definitivamente la idea de raza universal para trocarla por la idea de lo diverso. 

     De este modo, mediante el decreto 1.584, emitido por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en el año 2010, se estableció el 12 de octubre como día del “Respeto a la Diversidad Cultural” en Argentina. En la norma legal se explica que "[…] se modifica la denominación del feriado del día 12 de octubre, queriendo destacar y rememorar las muertes de los pueblos originarios y dotando a dicha fecha de un significado acerca de al valor que asigna nuestra Constitución Nacional y diversos tratados y declaraciones de derechos humanos a la diversidad étnica y cultural de todos los pueblos". Por otra parte, el cambio tuvo que ver también con que el concepto de división de la humanidad en "razas" no poseía validez alguna y solo conservaba una idea sociocultural y política errónea y peyorativa. Aquella alusión, además, solo favorecía a las reivindicaciones racistas. 

     De esta manera, se dejó atrás la única valoración sobre la cultura europea para conmemorar la enorme diversidad de culturas. Entre ellas, la de los pueblos indígenas y afrodescendientes que siguen aportando y construyendo parte de la identidad nacional.  El 12 de octubre a partir de 2010 se invistió de nuevos sentidos y comenzó su proceso de resignificación. 

V

     Existen en el calendario argentino de efemérides algunas fechas que no forman parte, en principio, de las memorias locales ni de la historia nacional pero que se encuentran inscritas en la historia occidental. En consecuencia, dada su relevancia fueron incorporadas al almanaque porque son portadoras de innegables connotaciones políticas, sociales e ideológicas y las dirigencias políticas y las mayorías societales las reconocen como legítimas y adhieren a su conmemoración. 

     Un ejemplo de esta excepcionalidad es la efeméride del 1 de mayo, fecha en la que se conmemora el Día Internacional del Trabajador, en memoria a la extensa movilización de Chicago en 1886 y a los sindicalistas ejecutados en una de las represiones conocidas como la Revuelta de Haymarket.

     En Argentina la fecha fue celebrada por primera vez en 1890. Desde entonces, todos los años se realizaron actos y manifestaciones que conmemoraban las luchas y los derechos conseguidos por todos los trabajadores. 

     La iniciativa era llevada adelante por sectores de izquierda y del anarquismo, por lo que eran jornadas de fuertes protestas contra el sistema capitalista que solían terminar con incidentes con las Fuerzas de Seguridad. En 1925, durante la Presidencia del radical Marcelo Torcuato de Alvear, el Gobierno declaró por decreto "día de fiesta" al Día de los Trabajadores, como acto administrativo que concedió asueto sólo a los trabajadores estatales.

     Recién 19 años después, en la gestión de Edelmiro Farrell y con Juan Domingo Perón como secretario de Trabajo y Previsión, la fecha pasó a denominarse "Día del Trabajo" y adoptó carácter oficial de feriado. El establecimiento del 1º de Mayo como feriado fue un “símbolo de las justas aspiraciones del trabajador y ferviente homenaje a la noble dignidad de toda labor humana” en palabras del entonces coronel Perón en su mensaje a los trabajadores.

     Se podría considerar que estas han sido las fechas y los protagonistas que las generaciones inaugurales fueron seleccionando, en diferentes coyunturas y escenarios políticos para convertirlas en las efemérides laicas que permitieron dar forma y consistencia al estado Nacional, que posibilitaron inventar la nación, que lograron construir discursivamente la argentinidad.  

VI

En la República Argentina también se conmemoran y celebran, a través de los rituales que las identifican, una cierta cantidad de fechas que dan cuenta de la filiación Católica Apostólica Romana de la mayoría de la población -ya sea por convicción o por tradición- y se inscriben en el calendario anual de festividades.

     En este sentido, resulta importante recordar que, de acuerdo con lo establecido en la Constitución Nacional, aunque se reconoce el derecho de ejercer libremente el culto que cada uno/a elija o no adherir a ninguna alternativa confesional, en el artículo dos se indica que el gobierno “sostiene” a la religión católica, por considerar que es la religión que profesan la mayoría de los/las habitantes que residen en el país. Esta decisión política, tomada a mediados de siglo XIX, constituye una remora de la dominación española y expone con contundencia la permanencia de la impronta colonial hasta el presente.  

     Las efemérides religiosas más importantes que se celebran en la Argentina son la Navidad (24/25 de diciembre), la denominada Semana Santa cuya fecha oscila entre mediados de marzo a mediados de abril de cada año y el 8 de diciembre fecha que se indica como el Día de la Inmaculada Concepción de María.

     Además, la vigencia de la religiosidad cristiana católica se evidencia cuando se observa que la mayoría de las ciudades y poblados de la Argentina posee, oficialmente, una fecha de celebración que alude a la existencia de un santo, una santa o una virgen que ha sido entronizado/a como un patrón/a de esa localidad. Ese patronazgo y resguardo simbólico se conmemora y se festeja cada año con celebraciones públicas y populares. Así, estas fechas se consideran como efemérides locales que ingresan en el calendario, y tienen el mismo rango que las efemérides de carácter nacional, en tanto se relacionan directamente con la identidad de la comunidad. 

     Incluso, cuando no existe fecha cierta de fundación de las ciudades y como se requiere fechar los orígenes a los fines de construir la identidad de ese territorio, se suele apelar a la religiosidad preexistente en la comunidad y se toma como mojón fundacional el día en el que se celebra la existencia de tal o cual virgen. 

     El caso de la ciudad de Rosario es un claro ejemplo de lo indicado. Cada 7 de octubre, día de Nuestra Señora del Rosario, opera como fecha de fundación de la ciudad. El campo de las tradiciones religiosas y su entramado con el campo político es de tal complejidad que, por ejemplo, han resultado infructuosos los intentos por modificar esta supuesta fecha fundacional o agregar otro hito para convertirlo en una efeméride fundacional, como el día 5 de agosto, que fue cuando en 1852, el caserío que tenía a la virgen como patrona fue elevada al rango de ciudad por orden del entonces director provisorio de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza.  

     Con relación a la religiosidad popular y a su entramado con las cuestiones paganas y festivas, la incorporación de las fiestas de Carnavales al calendario nacional de efemérides da cuenta de la adhesión política a celebraciones que atienden a tradiciones que, aunque, instituidas en el transcurso del orden colonial desde el año 1600 aproximadamente, se han mantenido hasta la actualidad. En principio, los carnavales se celebraban en las casas particulares y a medida que cobraron popularidad, se convirtieron en fiestas populares callejeras operando, dadas sus características peculiares, en un distractor de la desigual realidad social y política que la suelen enmarcarse. 

     La primera vez que se celebraron en la Argentina fue en el año 1869, bajo la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento que, atraído por la idea de que los disfraces podían borrar por un instante la desigualdad de las clases sociales, promovió, en aquel entonces, la organización y ejecución del primer corso de la ciudad de Buenos Aires. 

     Los feriados de carnaval fueron establecidos a partir de 1956. La simbolización política de esta festividad es tan compleja y disruptiva que no resultó extraño que los funcionarios de la dictadura cívico militar que gobernó la Argentina desde 1976, se encargara de removerla del calendario oficial de festejos. 

     A partir de 1983, con la restauración del sistema democrático, los carnavales volvieron a identificarse con las manifestaciones culturales populares y a visibilizarse en los espacios públicos hasta que, finalmente, mediante el decreto 1.584 del año 2010 dictado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, volvieron a fueron reincorporados al Calendario oficial de las efemérides. 

     El carnaval es una celebración que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana (que se inicia con el Miércoles de Ceniza). Su característica común es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol. Durante su celebración, el carnaval combina elementos tales como disfraces, grupos que cantan coplas, desfiles y fiestas en la calle. 

     “Los estudios con relación al carnaval se enfocan a dos cuestiones. Están aquellos que hacen hincapié en el origen, todavía discutido, de la fiesta rastreando la etimología de su nombre, ya sea que se remonte a la Antigüedad pagana o al Medioevo cristiano. En este marco existen dos posturas contrapuestas: los autores que proponen que el carnaval es un resabio de la Antigüedad Clásica que persiste durante la Edad Media, resguardada en la cultura popular y los autores que sostienen que el carnaval estaría ligado a la liturgia cristiana medieval como contrapunto de la Pascua antecediendo a la Cuaresma. Por otro lado, están los estudios que, dando cuenta de la condición popular y ampliamente participativa de los festejos, sostienen la tesis de que el carnaval es la “fiesta de la inversión”. El cuestionamiento de las jerarquías y poderes establecidos derivaría en la subversión de los roles sociales vigentes funcionando como una válvula de escape de las tensiones para luego no sólo reestablecerlos sino reforzar el orden interrumpido. Mijail Bajtin es uno de los precursores en los estudios de carnaval. El autor introdujo la idea de que las formas carnavalescas, como expresión de la cultura popular y bufa, expresaban el rechazo a una visión rígida y estática, de corte aristocrático, de la realidad. El discurso carnavalesco, amplio y polifónico, se enfrenta con ella y celebra la ambivalencia” (Guimarey, 2007: 59).

 VII

     Como se ha podido inferir, la construcción política de las efemérides no se encuentra clausurado, sino que, por el contrario, es un proceso dinámico y conflictivo que, investido de historicidad, requiere periódicamente ser revisado, revisitado, reformulado y reconstruido. 

     Resulta evidente que un importante sector de las generaciones inaugurales no se ha conformado sólo con ser parte de las generaciones posteriores y renunciar a la inauguración para reemplazarla por la posteridad y vuelven a creer en la necesidad de reconstruir la inauguración, a través de la tarea que  Boaventura de Sousa Santos (2022) llama “descolonización de la historia”, que consiste, entre otras cuestiones, en trocar la historia de las ausencias por la historia de las emergencias y recuperar hechos y acontecimientos  que han sido protagonizados por actores y actrices que han permanecido ocultos u olvidados en los pliegues de la historia oficial. 

     En este sentido, las efemérides del 24 de marzo, el 2 de abril, el 17 de junio y el 20 de noviembre se corresponden con esta manera de comprender la historia en tanto “La historia de las emergencias procede reconstruyendo la totalidad de los cuerpos, las comunidades, los sustentos, las luchas, las resistencias, los modos de saber y los modos de ser que la historia dominante desfiguró, amputó, silenció o produjo como ausentes” (De Sousa Santos, 2022: 39).  

     El 24 de marzo fue instituido como el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia en el año 2002 por la Ley de la Nación 25.633, en conmemoración de quienes resultaron víctimas del gobierno de facto Cívico-militar iniciado en esa fecha del año 1976. Comenzaron a emerger, cada vez con mayor potencia, las ausencias, las voces silenciadas, las denuncias y las resistencias. Sin embargo, la ausencia estatal se mantuvo durante varios años respecto a la organización oficial de las conmemoraciones.  Hubo que esperar hasta el 24 de marzo de 2004 para que la tenacidad por devolver esta fecha al olvido fuese derrotada definitivamente. 

     “El nuevo presidente Néstor Kirchner y el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires iban a firmar un acuerdo acerca de la ESMA (Escuela Superior de Mecánica de la Armada), por la cual ese sitio infame, donde habían estado detenidas clandestinamente unas 5000 personas -la gran mayoría desaparecidas- iba a convertirse en un lugar de memoria. Durante los días anteriores, los y las sobrevivientes de la ESMA ocuparon el centro de la escena. Eran ellos/as quienes exploraban el lugar y marcaban los itinerarios de la detención, los lugares de tortura y confinamiento, tocando paredes, registrando movimientos corporales, sonidos y olores (hay que recordar que en la mayoría de los casos no habían visto nada durante su detención, ya que estaban encapuchados). Sus testimonios y relatos fueron el telón de fondo para la ceremonia pública, en la que el papel central fue ocupado por el presidente Néstor Kirchner -no sólo en su rol de presidente, lo cual hubiera sido una verdadera novedad, dada la ausencia de la voz presidencial en conmemoraciones anteriores, sino en su identidad de militante y compañero de las luchas sociales de los años setenta. En 2006, en ocasión de la conmemoración de los treinta años del golpe militar, el 24 de marzo fue declarado feriado nacional” (Jelin,2009: 128).   

     Mientras tanto, con diversas intencionalidades y motivaciones, la emergencia del 2 abril como fecha bisagra para la reconstrucción de la identidad nacional tuvo otros avatares hasta lograr su institucionalización.

     En marzo de 1983, en los estertores finales de la Dictadura, el General Reynaldo Bignone, haciendo uso ilegítimo de funciones legislativas, sancionó y promulgó, “la ley” 22.769. En el texto de esa “ley”, se establecía el 2 abril como el “Día de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur” y se declaraba a esa fecha como Feriado Nacional. 

     Con Posterioridad, en plena reconstrucción del sistema democrático, el 28 de marzo de 1984, el presidente de la Nación, Doctor Raúl Alfonsín, dictó el decreto 901 que buscó complementar y enmendar la ley vigente y transformar el sentido militarista del que estaba investida la fecha.   

    Priorizando este objetivo, la nueva normativa estableció el traslado de la fecha al 10 de junio y se lo designó como el “Día de la afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas, Islas y Sector Antártico”. Aquella decisión, tuvo que ver con la necesidad política de visibilizar la construcción histórica de la soberanía Nacional. La elección del 10 de junio puede considerarse una fecha fundacional. En aquel día, pero en el año 1829, el gobernador interino de la provincia de Buenos aires, Martín Rodríguez, designó a Luis Vernet como comandante Político Militar de las Islas con sede en el Puerto de Nuestra Señora de la Soledad (Ex Port Saint Louis, enclave fundado por los franceses en 1764). En esa ocasión, Vernet asumió el compromiso de hacer cumplir la legislación vigente en la Confederación Argentina. Además, se le otorgó el derecho a la pesca en las costas y a la explotación de ganado vacuno en las islas, con el objetivo de frenar la depredación que llevaban adelante impunemente barcos balleneros y pesqueros de origen inglés y estadounidense en la región desde los tiempos coloniales.  

     Finalmente, en el año 2000, luego de derogarse la ley 22.769, sancionada por el último presidente de la dictadura y el decreto 901 de 1984, el Congreso Nacional sancionó la ley N° 25.370 que fue promulgada por el presidente Doctor Fernando de La Rúa. Esa ley, designó el 2 de abril como la fecha para la conmemoración del denominado “día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas”. 

     En la misma línea política, de recuperación de las ausencias en pos de descolonizar la historia, a partir del 17 de junio de 2010, se incorporó esa fecha al calendario oficial como “el paso a la inmortalidad del General Don Martín Miguel de Güemes” y se designa la conmemoración como el “Día Nacional de la Libertad Latinoamericana”.  Esta novel efeméride ha pretendido   rescatar del olvido al General salteño que organizó y lideró la defensa de la región del Noroeste contra el avance realista durante los primeros tiempos de la guerra por la Independencia de España.

     En consecuencia, reconstruir con la mayor veracidad posible el curso de su vida individual y contextualizarla en esos tortuosos y violentos años de la expansión revolucionaria en las regiones interiores de lo que fuera el Virreinato del Río de la Plata, resulta imprescindible para revisitar nuestra historia. De esta manera, visibilizar a Güemes desde el presente, e incorporarlo al panteón de los héroes fundadores de la nacionalidad oficia de acto reparador con aquel gaucho patricio devenido en defensor acérrimo e inclaudicable de la liberación de la metrópoli.  

     En definitiva, se buscó y se busca aún, cada 17 de junio, hacer justicia porque como bien se preguntaba Yosef Yerushalmi, “¿es posible que el antónimo de “el olvido” no sea “la memoria” sino la justicia?”. Probablemente la respuesta sea afirmativa, porque se hace necesario enmendar aquel acto político nefasto que se ocupó de borrarlo - o en el mejor de los casos de desdibujarlo- de las narrativas oficiales de la Historia Nacional. 

     Finalmente, con la efeméride del 20 de noviembre en la que se conmemora el Día de la Soberanía, se han expuesto con contundencia las pugnas políticas y la confrontación entre los defensores y cultores de la historia oficial plagada de las ausencias y quienes han bregado por la necesidad de escribir otra historia, “una historia escrita antes de la lucha y durante la lucha (...) en la medida en que se concibe las prácticas de resistencia como un campo abierto de posibilidades donde no hay margen ni razón para la fatalidad o el conformismo” (2022:38).  

La efeméride del día 20 de noviembre como el Día de la Soberanía fue ideado por el historiador revisionista José María Rosa, cuya tarea más relevante ha sido, sin dudas, la reivindicación de la figura política de Juan Manuel de Rosas, porque según el mismo historiador señala “me daba cuenta de que había algo en la historia argentina que no coordinaba bien con lo que se enseñaba en los libros de texto, discursos escolares y homenajes académicos” (Rosa, 1978:59). 

Transcurría el 1973. En aquellos turbulentos y violentos tiempos en los que las 20 verdades peronistas eran puestas en duda, sobre todo por las organizaciones juveniles, se estaba gestando lo que los historiadores designaran como el tercer peronismo (1973-1976).  Sólo hacía unos meses que había muerto Juan Domingo Perón, quien después del exilio había logrado regresar al país y convertirse, elecciones mediante, en presidente de los argentinos por tercera vez. Resultaba urgente volver a delinear y reconstruir el proyecto político de raigambre nacional y popular, que anclara en los principios fundacionales del peronismo.

En este complicado escenario político, ese mismo año comienza a debatirse el proyecto de ley que planteaba la institucionalización del 20 de noviembre como el día de la soberanía. En aquella oportunidad, el senador Salteño Juan Carlos Cornejo Linares argumentó para su aprobación que “(…) a un Estado no le basta con la declaración de su independencia y el reconocimiento por los demás Estados de la tierra para ser una nacionalidad. Necesita que se lo respete en el pleno uso de sus derechos interiores y exteriores. Es decir, necesita hacer valer su soberanía.
Ninguna afirmación en este sentido existe en nuestra historia patria que tenga más fuerza y elocuencia que la de la heroica batalla de la Vuelta de Obligado. De allí que, con el presente proyecto de ley declarando fiesta nacional su aniversario, busquemos prolongar esta afirmación de soberanía en el tiempo, para ejemplo permanente de las nuevas generaciones argentinas”.

     Al año siguiente, se volvió a tratar el proyecto con algunas modificaciones en las sesiones ordinarias del Congreso y siguiendo las reiteradas sugerencias de José María Rosa, finalmente se sancionó la ley N ° 20.770 el 16 de septiembre de 1974, que disponía como día de la Soberanía el 20 de noviembre de cada año en conmemoración del combate de la Vuelta de Obligado, librado el 20 de noviembre de 1845.     

Sin embargo, con anterioridad a la sanción de la ley que legalizó la legitimidad precedente de la fecha. El primer acto oficial para conmemorar el Día de la Soberanía tuvo lugar el 20 de noviembre el 20 de noviembre de 1953 durante la segunda presidencia de Perón. En esa oportunidad, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé expresó en su discurso que “este es el homenaje que el General Perón rinde a los héroes que murieron por la defensa de la soberanía nacional”.

En este mismo sentido, en 1973, de nuevo en Buenos Aires, con Bidegain como gobernador, cuando Perón comenzaba a ejercer su tercera presidencia, el entonces ministro del Interior Benito Llambi hizo uso de la palabra frente a una eufórica multitud y a modo de declaración pública del proyecto político del gobierno, expresó enfáticamente: “Obligado y su mensaje no son pasado, son también presente y porvenir inmediato. Las constantes históricas siguen operando en toda su fuerza. Nuevos modos y métodos más sofisticados han sustituido a los antiguos procedimientos de colonización. La balcanización y los propósitos de sometimiento tienen vigencia latinoamericana. También la tienen su integración y su independencia. Las banderas de Obligado permanecen como nuestras banderas. Son las banderas que han regresado al gobierno, con el teniente General Juan Perón. El, desde su alta condición de conductor del pueblo argentino, y de abanderado de las naciones del Tercer Mundo, ha señalado con sintética objetividad la tarea a encarar: el año 2000 verá una América Latina unida o sometida. Estas es nuestra tarea. Esta es la tarea argentina. Y la tarea latinoamericana. Este es el estilo de vida que se desprende de la batalla de la Vuelta de Obligado. Esto es lo que reconocemos como herencia de un pasado del que nos sentimos orgullosos, y que son las únicas opciones que han de asegurarnos el porvenir, del que puedan enorgullecerse nuestros nietos”.

     Sólo faltaba sumar a la conmemoración, la celebración y el festejo por la existencia de un día dedicado especialmente a recordar la Soberanía Nacional. Atendiendo a la necesidad de continuar refundando el discurso patriótico, y en el marco de las festividades por el bicentenario de mayo, en 2010, la presidenta de la Nación Cristina Fernández, en acuerdo general de ministros estableció mediante el decreto N ° 1584, que el 20 de noviembre de cada año sería feriado Nacional. 

     Los motivos de esta decisión fueron, según se explica en el texto del documento oficial, porque el hecho que se menciona es “uno de los hitos más importantes de nuestra Nación (...) El 20 de noviembre de 1845, en la batalla de Vuelta de Obligado, algo más de un millar d argentinos con profundo amor por su patria, enfrentó a la Armada más poderosa del mundo, en una gesta histórica que permitió consolida definitivamente nuestra soberanía nacional. En dicha época existía un contexto político interno muy complejo y con profundas divisiones que propiciaron un intento de las entonces potencias europeas, Francia e Inglaterra, por colonizar algunas regiones de nuestro país. 

     Por medio de la Ley N ° 20.770, se instauró el 20 de noviembre como Día de la Soberanía, en conmemoración de la batalla de Vuelta de Obligado la que, por las condiciones en que dio la misma, por la valentía de los argentinos que participaron y por sus consecuencias, es reconocida como modelo y ejemplo de sacrificio en pos de nuestra soberanía contribuyendo la citada conmemoración a fortalecer el espíritu nacional de los argentinos, y recordar que la Patria se hizo con coraje y heroísmo”.

 VIII

     Hasta aquí se ha llegado en el recorrido por las efemérides que contornean la identidad argentina. Se revisitaron las fechas que fueron instituidas como fundantes de la patria, se recuperó a los héroes que la hicieron posible, se historizaron las conmemoraciones y las celebraciones que identifican la nacionalidad. Se revalorizó la fiesta como un fenómeno cultural colectivo. Se enunció y se describió a las nuevas piezas que se fueron incorporando al mapa de la argentinidad. Se narró. Se relató. Se reivindicaron las presencias clásicas desde otras alternativas discursivas, se denunciaron las ausencias y como ejercicio de resistencia contra la desmemoria, el olvido y la imposición del silencio, se reseñó y se puso en funcionamiento el dispositivo de legitimación de las nuevas presencias porque ellas, sin dudas, modifican la cartografía originaria de las efemérides y muestran lo importante que es explorar los olvidos, desenterrar las mentiras y explicar las oscuridades.

     Este texto ha pretendido, además dar cuenta de la relación insoslayable entre el campo de la política y la construcción discursiva de las efemérides. Así, si la política sigue siendo el reino de la acción, cuando se decide respecto de qué hechos o qué protagonistas de la historia serán instituidos como efemérides, éstas se incorporan a la política y libraran las batallas ideológicas necesarias hasta que logren institucionalizarse. En estas circunstancias, las efemérides son pura política interpretada, envuelta, llenadas por el lenguaje que se ocupará de narrar y otorgar sentido al recorte de la historia que se ha realizado intencionalmente.  

     Los complicados contextos sociopolíticos que se atraviesan posibilitan el debilitamiento de las identidades nacionales. A pesar de la existencia de otras urgencias, resulta evidente que sería pertinente reformular el proyecto político estatal sobre las efemérides. Contra el silencio que invisibiliza y desdibuja la historia e inhabilita las memorias, resulta imprescindible develar, decir, quitar los velos que las ocultan y reconocer que, en definitiva, la verdad no es nada más ni nada menos que una de las conquistas políticas más importantes. Y la verdad no puede perderse a manos de quienes pretenden adueñarse del poder, del país y de la historia nacional.  

 

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