Efemérides fuera de agenda: Las mujeres pueden y deben votar. A 71 años de aquel 11 de noviembre

Cultura20/11/2022lahoradensatanfelahoradensatanfe

     El 11 de noviembre de 1951 votaron por primera vez en la República Argentina 3.500.000 mujeres. Fueron elecciones nacionales. Luego de años de lucha, en aquella oportunidad, la participación femenina en el acto eleccionario no sólo significó una explicita ampliación de derechos con relación al ejercicio del sufragio universal, que hasta entonces había sido una prerrogativa masculina, sino también la visibilización de las mujeres en el ámbito público y su participación en la construcción del campo político de aquellos años porque fueron votantas, pero también fueron candidatas. De aquella elección, 109 mujeres dejaron de ser solamente amas de casa, madres, enfermeras, maestras y empleadas de comercios para convertirse en Diputadas nacionales (veintitrés), Senadoras nacionales (seis) y legisladoras provinciales (noventa y siete). “Los congresos de diez provincias contaron con cincuenta y ocho diputadas y diecinueve senadoras. Un total de ciento seis legisladoras peronistas a las que hay que sumar tres delegadas por los territorios nacionales, con lo que se hicieron ciento nueve electas” (Do Santos, 1983: 59).  

     Fue esta una larga lucha porque las mujeres estaban excluidas de la actividad parlamentaria y de cualquier filiación a los partidos políticos ya fuesen de carácter conservador elitista o progresistas populares. 

     Estos acontecimientos se inscriben en la época en la que se destacaron los movimientos feministas sufragistas, que luchaban en occidente por el reconocimiento de las mujeres como ciudadanas y en consecuencia como portadoras plenas de los derechos políticos hasta entonces sólo reconocidos y ejercidos por los varones. 

     Una de las experiencias más relevantes que constituyen un antecedente en el escenario político local fue el accionar de Alicia Moreau de Justo quien en 1906 fundó el Movimiento Feminista en Argentina y junto a otras mujeres como Sara Justo, Elvira Rawson y julieta Lanteri fundaron el Centro Feminista de Argentina y el Comité pro sufragio femenino. A pesar de la militancia de estas luchadoras inclaudicables, en aquellos años fue sumamente complicado y difícil incorporar en la agenda política el debate sobre la reivindicación y reconocimiento de los derechos políticos e incluso los individuales en igualdad de condiciones que los varones. 

     En 1911, cuando todavía no se había sancionado la Ley del Sufragio Secreto, Universal (masculino) y Obligatorio, el diputado socialista Alfredo Palacios presentó el primer proyecto de ley de voto femenino en el Congreso. Este proyecto mi siquiera fue tratado sobre tablas. Las mujeres, según se planteaba en el Código Civil vigente desde 1871, eran consideradas incapaces. 

     Ese mismo año, con motivo de la convocatoria a elecciones municipales los funcionarios de la ciudad de Buenos Aires exigieron a los vecinos que actualizaran sus datos en los padrones con vistas a ampliar el listado de votantes que estuviesen en condiciones de emitir su voto en aquella oportunidad. En estas circunstancias, Julieta Lanteri advirtió que nada se decía sobre el sexo. “Entonces se inscribió en la parroquia de San Juan Evangelista de La Boca y el 26 de noviembre de ese año, día de las elecciones, voto en el atrio de esa iglesia. El doctor Adolfo Saldías, presidente de la mesa, la saludo y se congratuló por ser el firmante del documento del primer sufragio de una mujer en el país y en Sudamérica. Poco tiempo después, el Consejo Deliberante porteño sancionó una Ordenanza que especificaba que estaba prohibido el voto de las mujeres porque el empadronamiento se basaba en el registro del servicio militar. Al enterarse de esto, Julieta Lanteri se presentó ante registros militares de Capital Federal, solicitando ser enrolada y acudió al Ministerio de Guerra y Marina” (Sosa, 2010:75). Su pedido fue rechazado. Apelo la decisión, e incluso su caso llegó hasta que la Corte Suprema de Justicia que, como se esperaba, fallo en su contra. 

     Sin embargo, años después y cuando la Ley Nacional 8871 ya estaba vigente,  Lanteri,  luego de reflexionar afirmando que “si no quieren que los votemos, pidámosle que nos elijan” presentó su candidatura a diputada nacional  por la Unión Feminista Nacional en las elecciones de 1919 porque “mi candidatura es una afirmación de mi conciencia que me dice que cumplo con mi deber, una afirmación de mi independencia que satisface mi espíritu y no se somete a falsas cadenas de esclavitud moral e intelectual, y una afirmación de mi sexo, del cual estoy orgullosa y para el cual luchar” (Grammatico, 2019: 34). Los resultados le fueron adversos. Sobre un total de 150.000 votos emitidos, su postulación obtuvo 1730 votos, pero sus convicciones se mantuvieron y le permitieron continuar militando la necesaria presencia de las mujeres en el campo político y en la escena pública. 

     El movimiento de sufragistas en la argentina había comenzado a organizarse. Para 1920 se militaba en las calles y en los espacios de trabajo, se realizaban conferencias en distintos barrios con el objetivo de prepararse para las elecciones futuras y avanzar en el reconocimiento y legitimación de los derechos de las mujeres. Se organizaron simulacros electorales que alentaban la participación femenina en la vida política. 

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     Desde 1919 a 1921 se publico una revista mensual llamada “Nuestra Causa”. En sus páginas donde escribía, entre otras, Alicia Moreau de Justo, se declaraba que “La acción desarrollada por la Unión Feminista Nacional y el Comité Pro Derechos de la Mujer es completamente impersonal. Todas han trabajado por el derecho de todas. Obreras, estudiantes, empleadas, maestras, trabajan silenciosas y activas sin ningún deseo de brillo ni beneficio personal. El fin inmediato es la obtención del sufragio, el objetivo alejado es la preparación de la mentalidad femenina para la futura acción cívica. De esto dan fe los actos de propaganda, los impresos que por millares se han distribuido por la ciudad, en fábricas, talleres, casas de familia, inquilinatos, por las calles y paseos. Lo repetimos, no hay en toda nuestra propaganda un solo nombre propio, no ensalzamos ninguna personalidad. Como consecuencia de lo anterior el voto es ara nosotras no una finalidad, sino un medio; el medio de llevar a la mujer a la actividad social; a la comprensión de los problemas generales, el medio de despertar en el ella el interés colectivo. No hacemos propaganda partidista. Nos reunimos mujeres de distintas tendencias políticas, opuestas muchas veces. Recuerden las mujeres que los verdaderos derechos se deben conquistar; que es necesario vencer a los conservadores, rutinarios, retrógrados, a los temerosos de lo nuevo, los amantes del pasado; que es necesario vencer el temor de los políticos que ven con recelo esa incógnita que encierra el voto femenino; recuerden las mujeres que dispersas las fuerzas se debilitan y que para conseguir el bien común es necesario acudir la  apatía y elevarse por encima del bienestar del momento presente” (Henault, 1987: 75 /76).

     Esta militancia feminista fundacional e inaugural dio un paso adelante cuando en 1926, el congreso sancionó la ley 11.357 en la que se reconoció la capacidad civil de la mujer y la igualó legalmente con los varones. Sin embargo, a pesar de su promulgación esta ley, en los hechos no fue debidamente respetada y además no incluía el reconocimiento de los derechos políticos para las mujeres, ni la reglamentación de la patria potestad compartida, ni la posibilidad del recurso legal del divorcio. 

     De este modo, mientras las diversas agrupaciones feministas afirmaban la voluntad de ampliar los derechos políticos, las posiciones hegemónicas patriarcales y sexistas eran reticentes a ello. Argumentaban no sólo la incapacidad natural de las mujeres para participar en las disputas políticas, sino que también fundaban la oposición a su participación en el escenario público aduciendo que era esencial que las mujeres continuasen actuando dentro del ámbito privado y doméstico, dedicadas a las tareas del hogar y a la crianza de sus hijos. 

     No obstante, el contexto adverso de aquellos años, en 1931 la UCR incluyó en su plataforma partidaria los derechos políticos femeninos entre otras reivindicaciones. El partido comunista, por su parte, sin revindicar el feminismo, impulsó el sufragio. Incluso, como consecuencia de la creciente presencia de este debate en el espacio público, los sectores conservadores se movilizaron con propuestas moderadas. 

     Mientras tanto, la bancada socialista en el Congreso insistió con la presentación de proyectos para lograr la institucionalización de los derechos políticos de las mujeres. Así, “en 1929, Mario Bravo presentó un nuevo proyecto, que pudo ser debatido a comienzos de septiembre de 1932. En apoyo a la ley llegaron al Parlamento 95.000 boletas electorales firmadas por otras tantas mujeres de todo el país con la siguiente consigna: “Creo en la conveniencia del voto consciente de la mujer, mayor de edad y argentina. Me comprometo a propender a su mayor cultura”. Pocos días después, el 17 de septiembre, la Cámara Baja le daba media sanción a la ley propuesta por el diputado socialista Mario Bravo que facultaba a las mujeres para votar. Durante el debate el diputado derechista Bustillo pidió el voto calificado para la mujer en medio del abucheo generalizado de cientos de señoras y señoritas que colmaban los palcos del parlamento, mientras que el socialista Ruggieri, celebraba, en medio del aplauso de las damas presentes “la coincidencia de todos los sectores en el deseo de libertar a la mitad del pueblo argentino, la parte más delicada y sufrida, y la más oprimida, dándole participación directa en nuestras luchas cívicas”. El legislador ultraconservador Uriburu, se opuso en estos cavernícolas términos al proyecto: “Cuando veamos a la mujer parada sobre una mesa o en la murga ruidosa de las manifestaciones, habrá perdido todo su encanto. El día que la señora sea conservadora; la cocinera, socialista, y la mucama, socialista independiente, habremos creado el caos en el hogar”.  La Ley no pudo pasar esa defensa infranqueable del pensamiento retrógrado que era el Senado argentino de los años 30” (Pigna, 2014: 231). 

      Hasta 1951, las mujeres argentinas sólo habían votado en las elecciones provinciales de San Juan a partir de 1928. En esa provincia la Unión Cívica Radical Bloquista en el gobierno había reformado la constitución incorporando a la normativa provincial el sufragio femenino. En 1934, como consecuencia de la vigencia de la reforma electoral que permitía no sólo votar a las mujeres, sino también ser elegidas para cargos políticos fue elegida como como diputada provincial por el partido conservador Demócrata Nacional la abogada Emar Acosta, convirtiéndose en la primera legisladora de América Latina. Su trabajo en la Cámara de Diputados fue cuestionado por sus pares varones no sólo por su condición de mujer, sino también porque sus propuestas legislativas tendían a mejorar las condiciones de vida de los sectores más vulnerables de la sociedad como los presos, los liberados, los menores y los obreros. 

     Así, después de haber sido presentadas veintidós propuestas legislativas que quedaron truncas y olvidadas desde aquella de Palacios en 1911 y aunque  las mujeres socialistas, anarquistas y radicales militantes fundacionales de la causa sufragista, hayan percibido que Eva Duarte les había ganado la batalla y se había quedado con la gloria, el 9 de septiembre de 1947 se sancionó la ley 13.010 que anunciaba en su artículo N ° 1 que “Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos.”

     El paso siguiente fue la fundación del Partido Peronista Femenino en el año 1949. Una de las primeras actividades realizadas por el ala femenina del partido oficialista fue, de acuerdo con el artículo cuarto de la Ley Electoral, el empadronamiento de las mujeres con el objetivo de obtener la libreta cívica que las habilitaría para emitir el voto en las elecciones futuras (hasta ese entonces el único documento de identidad del que disponían las mujeres era su partida de nacimiento). Fue un arduo y minucioso trabajo de registro de un importante sector de la población argentina que hasta entonces se encontraba invisibilizada. 

     El empadronamiento se realizó en forma paralela a la organización del partido peronista femenino. Eva Duarte, personalmente seleccionó a las 24 mujeres que se constituyeron en delegadas censistas en cada uno de los 24 distritos provinciales y nacionales en los que se dividió el mapa electoral de la Argentina. Una de las condiciones requeridas para su designación, sino la más importante, era la de ser leal e incondicional a la causa peronista. Ellas tenían a su cargo censistas que debían empadronar a las mujeres y luego plantearles la posibilidad de su afiliación al partido. Es decir que las mujeres peronistas censaban y afiliaban. 

     Además, Eva Duarte las convoco y las incentivó para que se convirtieran en candidatas a distintos cargos legislativos y se dedicasen a la actividad política. Con el firme propósito de convertirlas en los bastiones de defensa de los derechos políticos y sociales conquistados y legalizados a partir de la reforma constitucional de 1949. El resultado fue la presencia, por primera vez en la historia parlamentaria de la República Argentina de legisladoras en la Cámara de Diputados y Senadores de la Nación y en las legislaturas provinciales. 

     En este sentido, resulta relevante recuperar sus presencias porque “Dentro del Congreso Nacional las legisladoras no se restringieron a trabajar únicamente en los temas que para la época se le adjudicaba a lo “femenino”, sino que se distribuyeron asuntos y participaron en diversas comisiones: Presupuesto y hacienda, Asuntos exteriores y culto, Industria y comercio, entre otras. Hasta llegaron a ser presidentas de algunas de ellas, por ejemplo, la senadora Hilda Castañeira fue presidenta de la comisión de Trabajo, Previsión Social y Peticiones. Incluso a partir de 1953 la diputada Delia Parodi fue nombrada vicepresidenta primera de la Cámara de Diputados, convirtiéndose en una de las primeras mujeres del mundo en ocupar un cargo de tan alto nivel. Al año siguiente, la senadora Ilda Leonor Pineda de Molins ocupó el cargo de vicepresidenta segunda de esa Cámara”. (Mo Amavet y Rosemberg, 2021: 15).

     Se pueden citar como ejemplo de militancia popular y de defensa de los derechos de los y las trabajadores/as, entre otras, a la participación de la diputada Delia Degliuomini de Parodi en el debate sobre el proyecto de ley para reglamentar el régimen de trabajo para el personal de casas de familia en septiembre de 1955. En esa ocasión planteaba sobre la temática en cuestión que “El Partido Peronista Femenino, creado por Eva Perón para institución y protección de los derechos sociales de las mujeres de la patria, estima que esta ley viene a forjar con el instrumento escrito del derecho, lo que no estaba escrito como derecho social para un núcleo de trabajadores, el que cumple una función laboral en el ámbito del hogar. Desde la siembra de las creaciones revolucionarias que tomaron inspiración de un solo hombre y en una sola mujer, Perón y Eva Perón, pasamos hoy a la época fecunda de las conquistas y de su consolidación. Aspiramos a que no quede ninguna fuerza social sin organización, ningún trabajo sin ley y ninguna persona sin derechos.  Por eso el proyecto de ley a sancionar será de la Nueva Argentina, que no se opone a la Argentina eterna que la refirma, porque sólo suprime lo que se conserva sin derecho, y porque también es eterno en los pueblos tener y ejercer el derecho al progreso en su bienestar material y espiritual (…)”. (Parodi, 1955: 120).

     También estuvo a cargo de las noveles diputadas y senadoras peronistas liderar la batalla por el reconocimiento de los derechos de los y las niñas.  Estas mujeres instalaron en el Congreso la necesidad de la reforma de la legislación que estaba vigente sobre filiación de los hijos nacidos fuera del matrimonio que no eran considerados legítimos y no eran sujetos de derechos. En este sentido, valga como ejemplo la intervención de la diputada Ana Carmen Macri en 1954 para reconstruir aquel escenario en el que se disputada el poder en el campo legislativo y por extensión en el campo Jurídico de la República. En esas sesiones se escuchó decir a la diputada Macri que “(…) Esta Honorable Cámara mostró su preocupación fundamental por incorporar a la legislación de nuestro país, leyes humanas que atemperaran en lo que era posible y justo, el desequilibrio social en que se encontraban sumergidos los trabajadores argentinos. Y fue así como se incluyeron en la Carta Fundamental de la República sabias disposiciones que liberaron por fin a un enorme sector de la comunidad argentina. Múltiples aspectos fueron los que se contemplaron a través de la responsabilidad y el amor, y es así como esta tarde vuelven a repetirse ante las formas del debate que nos ocupa las inquietudes que los peronistas no solamente llevamos en el corazón, sino que también las exponemos clara y valientemente para arbitrar la solución que corresponde. Se trata ahora, señor presidente, de un proyecto de suma importancia por cuanto hace, en cualquiera de sus formas, a un sector importantísimo y el más hermoso de la patria, (…) los privilegiados de nuestra patria, ¿Qué se pretende, entonces, con esto, señor presidente? Nada más justo que suprimir de la legislación vigente las duras calificaciones sobre filiación y establecer derechos de prestación alimentaria y sucesorios para los hijos nacidos fuera de matrimonio, sin que ello tenga el propósito de alterar el equilibrio al régimen familiar que figura en el contexto de la Constitución Nacional y al que el gobierno del general Perón ha prestado siempre toda su preferente atención (...) En el capítulo I del Plan Quinquenal figura como antecedente la supresión de las discriminaciones públicas y oficiales entre los llamados hijos legítimos e hijos ilegítimos, para que ningún niño, por más modesta que sea su condición, por más ignorado que viva de la sociedad, cuando se ponga a meditar sobre su estado no tenga que sentir sobre sus tiernos hombros la culpa que no cometió, el pecado del cual no fue partícipe, ni halle razón alguna para menospreciar a nadie (...)” (Macri, 1954: 189). 

     Y la lucha continua, hoy a 71 años de aquella memorable elección, pero a más de un siglo de las primeras consignas enarboladas por esas mujeres que creyeron desde muy temprano que era imprescindible la participación política de las mujeres a través del   derecho de elegir y ser elegidas permanecen, persisten y se recrean cotidianamente.

Las mujeres somos baluarte, estandarte y defensoras de la condición femenina que es una condición política y que, en consecuencia, se debería militar siempre y desde múltiples lugares. 

     Todas en algún momento de nuestras biografías nos deberíamos investir de  la Azurduy, la Moreau,  la Lanteri, la Rawson, la Grierson, la Justo, la Liberman, la Bolten,  la Acosta, la Duarte, pero también de todas y cada una de esas ciento nueve diputadas y senadoras nacionales y provinciales que a partir de 1952 irrumpieron en la escena  política nacional pero que la historia oficial, escrita por varones o mujeres patriarcales, se ha encargado de invisibilizar y de ignorar su trabajo centrado en la defensa de sus representados, el pueblo argentino. 

     Frente a estos olvidos, resulta necesario apelar a la historia y recordar cada vez que nos gane el desánimo, independientemente de la filiación política a la que se pertenezca, que es imprescindible materializar el lema que Eva defendió y nos legó: “la mujer puede y debe votar”.  

 

 

 

Referencias bibliográficas

 Barry, Carolina, (2009). El bastón del mariscal: las dirigentes políticas del partido Peronista Femenino.  Investigaciones y ensayos. N° 58. Universidad de Tres de Febrero. Buenos Aires.

Dos Santos, Estela (1983). Las mujeres peronistas. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires.

Grammatico, Karin (2019). Puro fuego: Julieta Lanteri y su lucha por los derechos de las mujeres. en Mestiza, revista de cultura, política y territorio. Universidad Nacional Arturo Jauretche. Buenos Aires. 

Henault, Mirta, (1987). Alicia Moreau de Justo. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires.

Pigna, Felipe (2019). Historia de la lucha por el voto femenino. En www.elhistoriador.com.ar 

Salas, Lucia, Mo Amavet, Isela y Rosemberg, Julia (comps.) (2021). Parlamentarias. La voz de las primeras legisladoras em el Congreso de la Nación.  Biblioteca del Congreso de la Nación. Buenos Aires. 

Sosa, Gabriela (2010). La patria también es mujer: historias de mujeres que hicieron la patria grande. Las Juanas editoras. Buenos Aires. 

Rosemberg, Julia (2019). Eva y las mujeres. Historia de una irreverencia. Editorial futu-rock. Buenos Aires.

Por prof. Lic. Estrella Mattia

 

         

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