De aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba Evita

Efemérides fuera de agenda

Política26/07/2022 Por Estrella Mattia

A 70 años de la muerte de Eva Duarte, resulta pertinente apropiarse de las palabras de Julio Cortázar cuando en un artículo titulado “De Derechos y de hechos” comienza diciendo “André Gide afirmó en alguna parte que ya todo ha sido dicho, pero como nadie escucha hay que volver a empezar. Por eso, aunque lo que sigue ha sido dicho y repetido en comentarios, cables, estudios y entrevistas, ocurre que el índice de sordera voluntaria es muy alto en materias políticas y sólo la insistencia más obstinada consigue a veces abrirse paso en los canales auditivos…” (Julio Cortázar,1984:55). De esta manera, hemos decidido incorporarnos a las filas de los insistentes obstinados y recuperar algunas postales de la vida de la mujer cuya única ambición fue que su nombre figurase en la historia de su patria. En consecuencia, estas páginas sólo pretenden mantener vigente su ambición. 

     El sábado 26 de julio de 1952 murió Eva. “Evita”, como le gustaba que la identificaran porque “cuando un pibe me nombra Evita me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra. Cuando un obrero me llama Evita me siento con gusto compañera de todos los hombres que trabajan en mi país y aun en el mundo entero. Cuando una mujer de mi Patria me dice Evita yo me imagino ser hermana de ella y de todas las mujeres de la humanidad (…) Interesa que hablemos de Evita, no porque sienta vanidad en serlo sino porque quien comprenda a Evita tal vez encuentre luego fácilmente comprensible a sus descamisados, el pueblo mismo, y ése nunca se sentirá más de lo que es.” (Eva Perón, 2005,54-55).

     Cuando finalizó su vida, tenía sólo 33 años. 

     María Eva había nacido el 7de mayo de 1919 “en un pueblo con dos nombres: General Viamonte, nombre de la estación ferroviaria y Los Toldos, el del pueblito, extendido sobre tierras que en otros tiempos fueron del cacique mapuche Coliqueo. Una estación por donde llegar o irse, un correo, un Banco de la Nación, la escuela urbana N° 1; chacras y estancias cuyos dueños residían en Buenos Aires y algunas viviendas de gente aquerenciada con la tierra. A la entrada del pueblo vivía doña Juana Ibarguren, la madre, con sus tres hijas mujeres Elisa, Blanca y Erminda y un varón que era su orgullo: Juan. Allí nació la menor de todos los hermanos. El padre era Juan Duarte, conocido hacendado de la zona, hombre misterioso que un día -teniendo Eva unos seis o siete años -falleció en un accidente automovilístico. Vienen y le avisan de la desgracia a doña Juana quien prepara a los cachorros y sale con ellos para Chivilcoy donde velaban al padre de sus hijos. Alla la vida la esperaba para asestarle otro golpe: como Juan Duarte era casado, la familia legitima no le permite entrar a ella ni a sus hijos. Doña Juana saca fuerzas de flaquezas, recrimina, llora, levanta la voz y reclama su derecho. Las dos familias se enfrentan. Al dolor se suma el chismorreo. Acusaciones. Escándalo. Finalmente intervienen voces serenas que persuaden, morigeran, pacifican los espíritus y a doña Juana se le permite que con sus hijos pueda acercarse al féretro y acompañarlo a su última morada. Es así que a Eva alguien la levanta y la aproxima al rostro de su padre para un beso de despedida. Después ella también marcha con sus pasitos cortos detrás del cortejo hasta que todos van subiendo a sus coches y ella con su madre y hermanos queda a pie en el camino al cementerio”. (Demitrópulos, 1984:11). 

     Era un día gris y húmedo de invierno cuando murió esa mujer, que había sido discriminada durante su infancia y adolescencia, como tantas otras, por su condición de “Hija Natural” y por su clase social de pertenencia. Fue señalada como una “Adulterina”, una “Bastarda” y “una pobre desgraciada con delirios de grandeza” que tuvo la oportunidad de migrar a la ciudad Capital con la intención de quebrar el mandato cultural que definía, por entonces, lo femenino de manera inapelable: el casamiento y la maternidad.

     Su maestra Palmira Repetti la recuerda como “una jovencita de 14 años, inquieta, resuelta, inteligente que tuve como alumna allá por 1933. Tenía fama de ser excelente compañera. Era una gran soñadora. Tenía intuición artística. Cuando termino la escuela vino a contarme sus proyectos. Me dijo que quería ser actriz y que tendría que irse de Junín. En esa época no era muy común que una muchachita provinciana decidiera ir a conquistar la capital. Sin embargo, yo la tomé muy en serio, pensando que le iría bien. Mi seguridad era, sin ninguna duda, contagio de su entusiasmo. Comprendí con los años que la seguridad de Eva era natural. Emanaba de cada uno de sus actos”. (Navarro, 1994: 120) 

     En Buenos Aires, en plena década infame, fue una más de aquellas mujeres migrantes del interior, que después engrosaron el numeroso, genérico y universal masculino grupo de los “cabecitas negras”. Quería ser artista. Sufrió humillaciones y padeció carencias hasta que logró debutar como actriz en 1935 con un papel de reparto en la obra de teatro “la Señora de los Pérez”.

     Pierina Dealessi, una actriz e importante empresaria teatral que contrató a Eva en 1937 recordaba que “ella se presentó tímidamente: quería dedicarse al teatro (...) En sus primeras actuaciones decía pequeños parlamentos (…) su figura era monísima. La chica se llevaba bien con todos. Tomaba mate con sus compañeras. Lo preparaba en mi camarín. Ella vivía en pensiones, era muy pobre, muy humilde. Venía temprano al teatro, charlaba con todos, reía, compraba bizcochitos. Yo la veía tan delgadita, tan débil que le decía “Tenes que cuidarte, comer mucho, toma mucho mate que eso te hace bien”. Y yo le ponía leche al mate”. (Galasso, 2012: 145)

     Su carrera fue relativamente exitosa. Fue modelo, locutora y actriz. Se destacó en el radioteatro. Trabajo en Radio Belgrano, Radio Mitre y Radio El Mundo. “Eva Duarte fue una actriz popular. En el sentido común de la época era sinónimo de ser “de vida fácil”, “ligera”, es decir “prostituta” y, por lo tanto, despreciable y despreciada (…) las chicas de familias humildes no tenían muchas más oportunidades que las de trabajar en talleres de costura o en fábricas, en condiciones pésimas igual que las de los compañeros varones, a lo que se sumaba peores salarios, el acoso de los jefes y patrones y la ausencia absoluta de protección del embarazo y la crianza. Ser “artista” bien valía, con frecuencia, alguna mirada de sospecha en la calle”. (Morgade, 2015:4-5). 

     Supo desde muy temprano que tendría que librar una cruel y dura batalla contra las injusticias, las desigualdades y el desamparo. En “La razón de mi vida” recuerda que “Un día oí por primera vez de labios de un hombre de trabajo que había pobres porque los ricos eran demasiado ricos; y aquella relación me produjo una impresión muy fuerte (…) Sentí, ya entonces, en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco como sentimiento de indignación. No comprendía que habiendo pobres hubiese ricos y que el afán de estos por la riqueza fuese la causa de la pobreza de tanta gente. Nunca pude pensar, desde entonces, en esa injusticia sin indignarme, y pensar en ella me produjo siempre una rara sensación de asfixia, como si no pudiendo remediar el mal que yo veía, me faltase el aire necesario para respirar” (Eva Perón, 2015: 19). 

     Sin dudas, cuando aún era una niña había descubierto, que en las ciudades no solamente vivía gente rica, sino que además había pobres. Años después, recuperó el momento en el que arribó a la ciudad de Junín con su familia desde Los Toldos, “aquel mismo día descubrí también que los pobres eran indudablemente más que los ricos y no sólo en mi pueblo sino en todas partes”. (Eva Perón, 2015: 23).  

     El 26 de julio de 1952 murió aquella mujer que había tenido en su vida “un día maravilloso” que “fue el día en que mi vida coincidió con la vida de Perón” (Eva Perón, 2015: 26). Ella tenía 24 años y Perón 48. Los presentó Roberto Galán en un encuentro solidario, en el Estadio Luna Park, que se había organizado con la finalidad de recaudar fondos para las víctimas del devastador terremoto que había acaecido en la provincia de San Juan. “En aquel momento sentí que su grito y su camino eran mi propio grito y mi propio camino. Me puse a su lado. Quizá ello le llamó la atención y cuando pudo escucharme, atiné a decirle con mi mejor palabra: si es, como usted dice, la causa del pueblo su propia causa, por muy lejos que haya que ir en el sacrificio no dejaré de estar a su lado, hasta desfallecer. Él acepto mi ofrecimiento. Aquel fue mi día maravilloso” (Eva Perón, 2015: 27). Era el 24 de enero de 1944.

     Al año siguiente se casaron. Y Entre la ceremonia en el registro civil y la ceremonia religiosa se produjo la movilización del 17 de octubre de 1945. Ese fue otro día maravilloso no sólo para Evita, sino también para Perón y para las mayorías populares, que se visibilizaron en el espacio público e ingresaron en la historia Nacional. Después sucedió lo que ya todos conocen: desde 1946 a 1955 gobernó la República Argentina Juan Domingo Perón y Evita estuvo junto a él hasta el día de su muerte. 

     Los propios siempre glorifican esos años en los que dicen haber sido felices y los ajenos también los recuerdan porque nunca se sintieron tan desprotegidos e infelices. En fin, para la mayoría de la población recuperar aquel periodo de nuestra historia reciente, es un ejercicio de memoria militante. Algunos porque creen que recordarlo es desmantelar aquel principio que dice que la historia no se repite y desean reconstruir en la actualidad aquellos años con otros actores y actrices. En cambio, para quienes lo han registrado siempre como una de las épocas más nefastas, trágicas y oscuras de nuestra historia ponen todo su afán en procurar sumergirla en el olvido e impedir cualquier intento que busque reversionar en el presente aquel pasado, supuestamente, oprobioso.

     Sin embargo, la figura de Eva, sus haceres y sus decires no pudieron nunca desvanecerse en el aire, porque han quedado las pruebas contundentes de su existencia. Su muerte no la opacó, por el contrario, la iluminó y de la mano de “sus descamisados” su imagen se magnificó. Desde un principio fue evidente que su intención fue desempeñar un papel político autónomo respecto de Perón. “Yo no era solamente la esposa del presidente, era también la mujer del conductor de los argentinos. A la doble personalidad de Perón debía corresponder una doble personalidad en mí: una, la de Eva Perón, mujer del presidente, cuyo trabajo es sencillo y agradable, trabajo de los días de fiesta, de recibir honores, de funciones de gala; y otra, la de Evita, mujer del líder de un pueblo que ha depositado en él toda su fe, toda su esperanza y todo su amor. Unos pocos días al año represento el papel de Eva perón (…) la inmensa mayoría de los días soy en cambio Evita, puente tendido entre las esperanzas del pueblo y las manos realizadoras de Perón (…)” (Eva Perón, 2015:54).  

     Desde esta perspectiva se llevó adelante su gira a Europa iniciada en 1947 como primera dama, su militancia incansable por el voto femenino y el logro político de la sanción de la Ley del sufragio femenino (ley 13.010) que se promulgó el 23 de septiembre de 1947. 

     En un acto multitudinario, se le entregó a Evita el texto de la ley firmado por Perón. Luego se dirigió a la multitud de mujeres que esperaban su palabra y les dijo: “Aquí está, hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos, una historia larga de luchas, tropiezos y esperanzas. ¡Por eso hay en ella crispaciones de indignación, sombras de ocasos amenazadores, pero también alegre despertar de auroras triunfales!... Y esto último, que traduce la victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional, sólo ha sido posible en el ambiente de justicia, de recuperación y de saneamiento de la Patria, que estimula e inspira la obra de gobierno del general Perón, líder del pueblo argentino”. (Demitrópulos, 1984: 87).   

     Además, se encargó personalmente de la formación y la organización del partido peronista femenino y de la Fundación Evita e incluso del reordenamiento de los sindicatos. Estas acciones constituyen, sin duda, las evidencias más contundentes de la decisión política de Eva de construir, ejercer y liderar espacios de poder que, lejos de competir con el que ejercía su marido, tenía como objetivo principal el acompañamiento y la complementariedad. 

     “Mientras organizaba la Fundación, Eva encontraba tiempo para pronunciar por radio discursos a las mujeres; apoyar la ley del voto femenino; recibir delegaciones obreras y resolver sus problemas; viajar a Tucumán y a Córdoba para apoyar la campaña electoral con motivo de la renovación parcial de la Cámara de Diputados. Su rostro, su peinado, su ropa, cambian. “De nada valdría un movimiento femenino en un mundo sin justicia social”, dice a las mujeres mientras descubría la fraternidad de una lucha común con ellas y con los obreros. Sumergida en la acción, es la acción quien transforma a Eva Perón en Evita. Si en el mundo obrero Eva descubre que el hombre se define por lo que trabaja, por lo que hace, ahora va a demostrar que en el mundo de la mujer ésta también se define por la acción y no solamente por el papel que le tenía asignada la sociedad hasta entonces”. (Demitrópulos, 1984: 95).

     Pero todo lo hecho no fue suficiente. Tuvo que padecer además de su enfermedad, el renunciamiento. Tuvo que declinar, en agosto de 1951, su candidatura a la vicepresidencia para las elecciones de 1952. Pudo más la tradición política patriarcal y las pujas internas dentro del movimiento Justicialista. No estuvieron dispuestos a aceptar a una mujer como vicepresidenta y mucho menos si esa mujer era la representante de la “columna vertebral” del movimiento: los sindicatos. Sosteniendo el argumento de su deterioro físico, se justificó la necesidad de alejarla de los espacios de poder que ella misma había sabido construir y legitimar. Era una mujer insoportable, no sólo para los adversarios políticos y enemigos ideológicos sino también para los propios que ya no soportaban, ni siquiera, su tono de voz.  

     Sin embargo, Libertad Dimetrópulos (1984) sostiene que las razones enunciadas no explican su renunciamiento. “La razón es otra, mucho más alta, y en términos políticos se mide con una sola palabra: la gloria. Eva Perón había sido -y quería seguir siendo- el espíritu revolucionario dentro del Movimiento Peronista y para ello debía mantenerse al margen de las estructuras burocráticas del poder. Por eso mismo el renunciamiento de Eva Perón, en lugar de ser un signo de debilidad de la pareja, es un afianzamiento de lo que siempre habían sostenido en la coherencia de sus relaciones. Ella estaba identificada con tres imágenes propias: la femineidad, el poder místico o espiritual y el liderazgo revolucionario. Y quien se identifica con estas tres imágenes no reconoce ningún control en la sociedad o en sus reglas. Eva era la vigía del movimiento y debía conservarse fuera del poder institucionalizado”. (1984:141)

     En el mes de septiembre de 1951 el gobierno tuvo que reprimir una sublevación golpista organizada por liberales y fascistas para impedir, supuestamente, el ascenso institucional de Eva Perón en el gobierno. Mientras sucedía este acontecimiento, la Subsecretaria de Informaciones daba el siguiente comunicado: “La enfermedad que aqueja a la señora Eva Perón es una anemia de regular intensidad que está siendo tratada con transfusiones de sangre, absoluto reposo y medicación general”. (Pigna, 2012: 230)

     En este complicado contexto y notoriamente desmejorada, Evita asistió al acto del 17 de octubre. En esa ocasión, pronunció, el que fue, su último discurso. Fueron -consciente o inconscientemente- sus palabras de despedida:

“Yo no valgo por lo que hice, yo no valgo por lo que he renunciado, yo no valgo ni por lo que soy ni por lo que tengo. Yo tengo una sola cosa que vale, la tengo en mi corazón (…) es el amor por este pueblo y por Perón. Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que toda mi vida (…) Y tenía que venir para decirles que es necesario mantener, como dijo el general, bien alerta la guardia de todos los puestos de nuestra lucha. No ha pasado el peligro. Los enemigos del pueblo, de Perón y de la Patria no duermen (…) Es necesario que cada uno de los trabajadores argentinos vigile y que no duerma, porque los enemigos trabajan en la sombra de la traición, y a veces se esconden detrás de una sonrisa o de una mano tendida (…) Yo no quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevaron como bandera a la victoria (…) Y les pido una sola cosa: estoy segura que pronto estaré con ustedes, pero si no llegara a estar por mi salud, cuiden al general, sigan fieles a Perón como hasta ahora, porque eso es estar con la patria y con ustedes mismos (…)” (Pigna, 2012:236)

     Sin dudas, faltaba poco tiempo para su final y Evita lo sabía.

     El desenlace ocurrió meses después. Su enfermera, María Eugenia Álvarez, brindó un de los testimonios más directos de aquel momento: “Quedó como angelada… bella… en paz. No tuvo estertor como lo tienen otros enfermos, fue como si se hubiera dormido, hasta que no hubo más pulso, ni más respiración. Se fue tranquila, en una paz absoluta.

El maestro Finochietto le tomó el pulso para tener la seguridad absoluta, y en ese momento vi que los ojitos de Evita lagrimearon y pensé “serán sus últimas lágrimas, ¿hacia dónde irán?” Recordé que debajo de la almohada estaba su pañuelo. Lo saqué y sequé sus lágrimas, pero no opté por ponerlo otra vez debajo de la almohada, sino que lo guardé en mi bolsillo. (Hoy he decidido dejarlo donde debe estar, en el Museo Evita).

En su mesita de luz estaba la banderita de brillantes que le había obsequiado la CGT, un prendedor con forma de loro que le había regalado la mujer de Franco y una fotografía suya como protagonista de la película La Pródiga. Adoraba ese film y por eso tenía la fotografía en su mesa de luz…Después vi que el General lloraba como un niño y llegó a decirme: - ¡qué solo me quedo, María Eugenia! -.

¡Qué razón tenía ese hombre! A partir de ese momento su más fiel compañera ya no iba a estar más, la mujer que más lo amaba y respetaba en el mundo ya no estaba. Y este hombre lloraba, es tremendo ver llorar a un hombre, nunca había visto llorar a alguien así. Ese hombre de la República ¡cómo lloraba sentado en la silla de su dormitorio!”. (Álvarez, 2010: 38)

     No habían transcurrido dos horas del acontecimiento, cuando aquella noche se comunicó lo sucedido a la población argentina por la cadena de radiodifusión. Se escucho decir al locutor oficial que “La Subsecretaria de Informaciones de la Presidencia de la Nación cumple el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la señora Eva Perón serán conducidos mañana, en horas de la mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente”. (Navarro, 1994: 310)

     El 27 de julio el cuerpo de Evita fue trasladado en un coche del servicio fúnebre hasta el Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se había montado la capilla ardiente. El velatorio se prolongó nueve días más, con colas de hasta 35 cuadras, aún bajo la lluvia y el intenso frío, formadas por personas de diferentes orígenes y clases sociales que deseaban tributar su último adiós a la dirigente. Luego, su cuerpo fue expuesto en la capilla ardiente instalada en el Congreso Nacional, por donde desfilaron más de dos millones de personas para manifestar su pesar. Sobre las aceras, centenares de miles de personas arrojaban flores a su paso, lloraban y agitaban sus pañuelos, incluso muchas de ellas sufrieron desmayos y crisis nerviosas y debieron ser asistidas.

     Lo que sucedió luego con ella, con su cuerpo y con su obra corresponde a otro periodo de nuestra historia, pertenece a otro tiempo en el que, sin embargo, el odio lejos de menguar recrudeció porque no fue suficiente que la muerte se llevase a Eva para olvidarla. No lo consiguieron.

     Años después, en 1976, María Elena Walsh publicó “Cancionero contra el mal de ojo”. En ese libro hay un poema que se titula Eva. Dedicado especialmente a ella, a la mujer, a la disruptiva, a la rebelde. Es un poema escrito por una mujer para otra mujer. Seguramente, fue escrito pensando en la vida y en la muerte de la Jefa Espiritual del peronismo y en la mística que generó su figura a través del tiempo, a pesar de los silencios y las prohibiciones. Es un escrito de una mujer no peronista sobre la mujer peronista de mayor relevancia. Es un texto reivindicatorio y necesario en aquella violenta y complicada década del 70. Entre otras cuestiones, María Elena en esa poesía afirma con vehemencia:   

   “(…) Con mis ojos la vi, no me vendieron esta leyenda, ni me la robaron.

Días de julio del 52 ¿Qué importa donde estaba yo? No descanses en paz, alza los brazos no para el día del renunciamiento sino para juntarte a las mujeres con tu bandera redentora lavada en pólvora, resucitando.

No sé quién fuiste, pero te jugaste.

Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a las mujeres en la historia de prepo, arrebatando los micrófonos, repartiendo venganzas y limosnas.

Bruta como un diamante en un chiquero ¿Quién va a tirarte la última piedra? Quizás un día nos juntemos para invocar tu insólito coraje.

Todas, las contreras, las idólatras, las madres incesantes, las rameras, las que te amaron, las que te maldijeron, las que obedientes tiran hijos a la basura de la guerra, todas las que ahora en el mundo fraternizan sublevándose contra la aniquilación.

Cuando los buitres te dejen tranquila y huyas de las estampas y el ultraje empezaremos a saber quién fuiste.

Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva, única reina que tuvimos, loca que arrebató el poder a los soldados.

Cuando juntas las reas y las monjas y las violadas en los teleteatros y las que callan pero no consienten arrebatemos la liberación para no naufragar en espejitos ni bañarnos para los ejecutivos.

Cuando hagamos escándalo y justicia el tiempo habrá pasado en limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana.

Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada en el candor de la beneficencia pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos.

Agallas para hacer de nuevo el mundo.

Tener agallas para gritar basta aunque nos amordacen con cañones”.

     Ojalá, todas podamos ser en algún instante de nuestras vidas, la misma Eva. Ojalá las premociones de María Elena se cumplan. 

Referencias bibliográficas

Álvarez, María Eugenia (2010). La enfermera de Evita. Ediciones del Instituto de Investigaciones históricas Eva Perón. Buenos Aires.

Cortázar, Julio (1984). Argentina, años de alambradas culturales. Editorial Muchnik. Buenos Aires.

Demitrópulos, Libertad (1984). Eva Perón. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires.

Galasso, Norberto (2012). La compañera Evita. Editorial Colihue. Buenos Aires.

Navarro, Marysa (1994). Evita. Editorial Planeta. Buenos Aires.

Perón, Eva, (2015). La razón de mi vida (prólogo de Graciela Morgade). Editorial Agebe. Buenos Aires.

Pigna, Felipe (2012). Evita. Jirones de su vida. Editorial Planeta. Buenos Aires. 

Venturini, Aurora (2020). Eva. Alfa y Omega. Editorial Tusquets. Buenos Aires.

Walsh, María Elena (1976). Cancionero contra el mal de ojo. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 

 

Profesora de Historia y Educación Cívica. Licenciada en Historia. Diplomada en Ciencias Sociales. Especialidad: Sociología (FLACSO).Postitulada en Investigación Educativa de La Universidad Nacional de Córdoba. Postitulada en “Formador Superior en Investigación Educativa” Instituto Superior del Magisterio nº 14- Ministerio de Educación de la Provincia de Santa Fe. Postgrado en “Nuevas Infancias y Juventudes”, UNR/UNL/UNER. Doctorando en Educación Superior en la UNR. Docente en escuelas medias de la provincia de Santa Fe, en las escuelas preuniversitarias de la UNR, en institutos superiores de formación docente y en posgrados y postítulos afines a la titulación. Capacitadora en distintos proyectos de fortalecimiento de la función docente en la jurisdicción provincial y en programas de capacitación de carácter nacional. Publicación de diversos artículos inherentes a la especialidad en revistas especializadas. Jurado de concurso de Titularización en el Nivel Superior de la Provincia de Santa Fe (2018-2019).   

 

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